Hiedra solar
5
No recuerdas nada.
Sólo ves blanco sobre blanco.
Ahora caminas sobre el cráter del volcán,
cerca de donde se borra la huella.
Tus manos rozan la cadera del instante.
El espejo se invierte y habla.
Piensas:
También aquí hay dioses.
Diego Roel (Témperley, Buenos Aires, 1980)
Fuente: "Las intemperies del mar", Diego Roel, Editorial Detodoslosmares, 2017.
LA YAPA: RESEÑA DE DIEGO L. GARCÍA
Acerca de Las intemperies del mar, de Diego Roel
Ante cualquier libro de poesía me surge la pregunta: ¿Cómo está construido? Es decir, qué hace de este conjunto de textos un artefacto complejo, qué puentes se activan y qué misterios lo atraviesan para hilvanar nunca un único trayecto de lectura. Creo que Las intemperies del mar es un ejemplar perfecto para este planteo.
Todo parte de una inscripción en la Rua dos pescadores. La misma nos lleva a la fundación mítica de Porto – Cale, y a la interpretación que cuenta que Cale había sido uno de los argonautas. Al mismo tiempo, a lo largo del libro las referencias órficas desempolvan la tesis de Orfeo como tripulante de la nave comandada por Jasón.
“descendí hasta el lugar
donde la sombra inicia su viaje”
Retomando la idea de una estructura, prestemos atención a estos versos:
(I. 5) “Toda palabra está cubierta de ceniza”
(I. 6) “La nieve cubrirá todas las cosas”
(III. 10) “Me acuesto donde duermen las cenizas”
Esos paralelismos no son meros juegos de palabras, sino que actúan como vigas para la construcción de un plan mayor. Me interesa en el segundo verso citado el término “cosas”. Dentro de un sistema religioso, las cosas a las que refiere Roel no dejan de ser trascendentales. Recuperemos esta palabra: “Relativo a lo que está más allá de los límites naturales”, en su raíz está “scendere”, trepar / escalar; entonces ese límite nos habla de jerarquías verticales, de escalas en las que, por ejemplo, algo asciende de “cosa” a “palabra” y luego a “mar”.
A su vez, ciertas “cosas” a lo largo del poemario irradian preguntas fundamentales (recurso que va generando un swing –en sentido cortazariano- que hace las veces de motor principal):
¿Quién abrirá las puertas?
¿Qué mano nos retiene y suelta?
¿Quién abre su boca y canta?
¿Qué mar nos rodea?
Por citar sólo unos pocos casos. Puertas, mano, boca, mar. “Cosas” que tienen un afuera de la gramática y que el poeta conoce o descubre. Hay “cosas” nombradas y “cosas” invocadas. Y el llamado se dirige hacia el orden supremo: el misterio.
Así entiendo el proyecto de Diego Roel. Desde ese impulso por ir tras lo que se intuye o se tras-ve. Ni siquiera me atrevería a decir que en esa procesión se fracasa (o que el lenguaje fracasa, argumento tan de moda como vacío), lo que ocurre es un diálogo entre el lugar descubierto y el lugar abandonado. Dijimos “procesión”, y en el término “cedere” se encuentra la raíz indoeuropea “–Ked” cuyo significado se define como “ceder, retirarse, marchar”. Se avanza siempre desde algún lugar que ha sido dejado: la cáscara de las palabras es abandonada por un nuevo territorio del que pronto se volverá a partir. La lectura de Las intemperies del mar debe asentarse ahí mismo, en ese intervalo.
“¿Qué mar nos rodea?” es a un nosotros que acaba de ser otra cosa, y en esa dilación el poeta teje su paño. ¿Qué es ese “mar”? ¿Qué tiene que ver con el “mar” del diccionario o con, por ejemplo, “el mar, la mar” de Rafael Alberti o el “Mar portugués” de Pessoa?
Posiblemente, el retiro del sentido a un espacio desplazado de la palabra. Como si el oleaje de la lengua pasara primero y al retirarse dejara la sal de ese Misterio al que hacíamos referencia. Roel nos da a leer la sal. Y para lograrlo va plegando capas y capas de una materia incontrolable (pero trans-formable): sus viajes, sus percepciones, sus lecturas.
Solsticio de invierno
1
No te distraigas:
alcanza aquella ola,
ese reflejo en la cima del planeta.
Cabalga sobre el rayo,
rompe las bridas,
lleva tu cuerpo hasta esa curva
donde las yeguas se desatan.
En esta última playa
abandona tu pequeño aliento.
El relámpago gobierna todas las cosas.
Habíamos leído que “Toda palabra está cubierta de ceniza” y también de nieve, y allí se recuesta el sujeto, allí, donde las cosas duermen bajo la mano del relámpago. Tal vez la intemperie, la visión de la sal, el mar que cede, requiere ese dormir de lo sobrante: las cosas duermen, entonces vemos. La ceniza-nieve nos deja sin lenguaje pero extasiados frente a la experiencia. “En esta última playa” decía el poema, así pareciera ser la escritura: una soledad abismal y a la vez potente (algo así como el plan de un dios). Formas de la creación sin la cáscara del asunto.
En conclusión, este es un libro de experiencias. Y sobre ese punto, creo, la poesía de Diego Roel tiene una frecuencia sublime.
Diego L. García
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