viernes, 18 de enero de 2019

3 POEMAS DE ALEJANDRO CESARIO




Escarcha


a Eduardo, puestero de la ruta 40
(entre Bariloche y El Bolsón)



No hay sol,
tampoco noche.

Espera que escampe.

Hay un sueño terco
que se socava
a un costado de la ruta.

Allí se vende la fruta fina.






Fiesta



Baja la escalera de caracol.

Labios de sonrisas de breñas ásperas,
ovulosa,
ojos cerúleos que zampan,

lamedor tatuaje en su espalda,
peto encaje de seda roja
en macilenta muselina,
arreglada con gemas y collares de corindones
sobre el cuello y muñeca.

Lo que más brilla son sus atavíos

de cicatería.



(de "El bruto muro de la casa propia")






Herencia



Crucé la calle
y se fue mi hogar.

Palpo lo que pudo ser y no fui
me quedé perdido, rogando una vacante,

sin nada,
ni corbata, ni saco, solo,
y mi hogar quemándose en la nada,

arrastro los pies con las llagas al viento,
soy un hombre que cruza a pequeños pasos la calle,
patea suavemente las hojas caídas,
mira la tierra despareja, esquiva un pozo y saluda a otro caminante,
lo persigue una lengua muerta,
que punza, que le estrangula el habla,
entra a un baldío sin salida, poblado de silencios,
se acomoda, se sienta sobre un cajón, se saca las botas y se levanta las medias.
Se escarba las uñas con un palito.
Hirsuta melena enmarañada.
Su ojo izquierdo parpadea sobre el trueno del rencor,
su ceja purpúrea está cortada,
de su lágrima brota la derrota, la huella desnuda,
mi rabia de antaños.

Vi pasar la lenta caravana ávida de muertos,
inútil batalla, final del motín.

Yo aprendí a gritar sin perforar los tímpanos.
No soy más que una gota dentro de esa caravana.

Mis palabras se derraman junto al agua
que corre en los baños públicos.
Tomo un tren para llegar a una estación que no existe.

Cunetas profundas metro y medio de agua estancada.
Casas sin terminar miran las luces despellejadas del pueblo cercano,
exudan una perpetua melancolía.
Grandes yuyales, pastos amarillos cubren siete autos abandonados.
Un perro bebe agua de la zanja,
los renacuajos huyen hacia el fondo terroso.
Tres pibes se acercan con latas e intentan pescar en la zanja.

Enfrente un bar, un viejo almacén de barrio con algunas telarañas.
El hombre vive solo. Hace una pequeña pira y se calienta un pedazo de pan.

Por las tardes entra en el bar,
una ginebra, un taco, tiza de billar.
Casi no habla, no lee.

El hombre aprendió de su padre
y su padre aprendió de su abuelo.
Murió el abuelo.
Murió el padre.
Ahora falta él.


(de "La última sombra")


Alejandro Cesario (Colegiales, 1967)

Fuente: "El bruto muro de la casa propia", Alejandro Cesario,  Ediciones La yunta, 2018.
             "La última sombra", Alejandro Cesario, Ediciones La yunta, 2015.



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