el destino
Tu casa es una casa para uno,
me dice la mujer,
y se sonríe.
Yo le leo los labios y me quedo pensando:
¿Querrá decir un techo para que el buey se lama solo?
En la pared del fondo hay un grafiti;
me impresiona que diga para siempre.
Adentro, la enamorada del muro
sofoca a otras especies y como puedo
la voy teniendo a raya
para evitar que se las trague.
Si uno aguza el oído,
de noche se la escucha crecer
como a una lengua
que se hunde en los cimientos.
Pero en el fondo del jardín
alterna una espesura de estación nueva
con la imagen de un hombre secándose a la luz
colgado por el cuello,
y todo es natural como cuando los gatos gritan
de madrugada
y al otro día vienen y se estiran al sol
sin nada que delate su condición de amantes.
Se nos van de las manos tantas cosas:
sin ir más lejos ahora
tengo una bolsa llena de medias sin su par.
el refrenamiento
Ah, debieran verme podar el despropósito
que ha crecido en mi patio
para entender que estoy dispuesta
a cortar por lo bueno.
Le pregunto al cuchillo si entiende
qué es la frondosidad
y dice ahí, donde la jungla del helecho
suelta hijos.
Entonces voy y desentierro el nervio
que baja por el tallo
como me pararía frente a un animal
que hay que sacrificar antes de que despierte,
me subo al borde de la pala
y que no queden más que el filo de hoja
abierto al aire,
con el impulso de todo el cuerpo encima.
A veces fantaseo con mostrar
lo que sé hacer cuando me saco el corazón
y que no quede un signo
que pueda confundirse
con el amor y su desasosiego.
la procesión
Aquí una hormiga
carga su peso sobre el cuero,
y ya quisiera el mejor buey
tener su tozudez de viento en contra,
su gusto por lo azul,
su olfato por lo dulce.
Después de un rato encuentro el caminito
de las depredadoras:
pienso en la red de obreras que obedece
a su genética ancestral,
una versión minúscula
un ensayo
de pasos de ballet.
Si me separo un poco,
la línea negra se pierde entre las hojas.
Se están llevando mi jardín sobre el lomo desnudo,
como quien roba un niño
y se lo ata a la espalda envuelto en un pañuelo.
Ahora que oscurece entro en la casa.
Las flores de la noche
han empezado a humedecer
el aire de mi patio,
y yo me traigo esa resina pegada en el vestido.
Juraría que afuera se sostiene
un cuchicheo detrás de los geranios
distinto al canto de los grillos.
Ah, quién tuviera la gracia
de entender con el cuerpo
la ley de la comuna.
Estela Zanlungo (Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina).
Fuente: "Casa de buey", Mención honorífica Fondo Nacional de las Artes, 2021, Estela Zanlungo, El Andamio ediciones, 2022.
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