sábado, 26 de marzo de 2016

4 POEMAS DE -CLO- CLAUDIA MIGLIORE




Sin poesía, ¿qué otra cordura existe?

***


hacia el último ángulo inundado de la mesa.
                  ¿Salvarse?


***


El olor es el olor de los presentes o ¿qué olor tienen los mantras, apagado el sahumerio?


***


-"No fuimos invitados al banquete tardecino"
.............entonaron los corazones negros
            -y no se lo pudieron explicar a nadie-.



-Clo- Claudia Migliore (Buenos Aires, 1968)

Fuente: "Septem", Co Claudia Migliore, Lo que Vendrá, 2014.








4 POEMAS DE CARLOS BARBARITO




Tal vez en el centro, donde todo se reúne y concentra...


Tal vez en el centro, donde todo se reúne y concentra;
allí, quizás, el viajero que arriba a salvo a destino
y el niño que entra al mar y no se ahoga.
Allí, almohada y alimento.
tal vez la mujer en lo alto de la escalera,
al pie, llamándola
por todos sus nombres, incluso los secretos.
Entre uno y otro hay oscuridad
pero ninguno de los dos necesita una lámpara.
¿Quién camina sobre el hilo que une polo y polo?
¿Quién sin dejar de soñar despierta
y resume, en simple y amorosa caligrafía,
el presente de la bestia, el porvenir de la estrella?



¿Por qué, a veces, la palabra...?


1


¿Por qué, a veces, la palabra,
que, antes de salir al aire,
tiene carne de recién nacido,
al contacto con el aire, se petrifica?



2


¿En qué dialecto?
¿A través de qué mecánica?



¿Esto fue todo? ¿Y ahora?...


¿Esto fue todo? ¿Y ahora?
¿Una larga conversación silenciosa
con la única, constante figura del tedio?
¿Para qué entonces la casa, sus aleros,
la claridad intangible en el dorsal de las horas,
el antepecho, las ropas recogidas
antes de la tormenta, el esmero del cartógrafo
ante la precariedad del mundo:
materia que no gana densidad, fluye
por un instante y, luego, prescribe o se disocia?
¿Con qué hilos tejer la novedad,
al menos una sombra casi música,
al menos una línea de tiza en el asfalto,
al menos un instante sin tutela ni desdicha?


Carlos Barbarito (Pergamino, Argentina, 1955)

Fuente: "Falla en el instante puro", Carlos Barbarito, Botella al Mar, 2016.

viernes, 25 de marzo de 2016

7 POEMAS MÁS DE SILVIA ARAZI








Fuegos

(Interior, Casa)


Cuando entré,
me sorprendió encontrarla de espaldas,
sentada junto al fuego.
Le pregunté qué hacía, presintiendo naufragios.

-Me gusta el fuego-, dijo Claudine, mientras arrojaba
fotos viejas al hambre de los leños.
Quiénes son, pregunté.

-Marcelo, Javier, el gato, la Medianera, la Mujer que espía.
Las fotos del pasado olvidan fácilmente el ardor de la rosa.

Giró su torso hacia mí
y me miró largo rato, con los ojos vacíos.
Luego sacó una pluma y un papel
de su cartera. Y dijo:

-Voy a escribir mis sueños y el ardor de una rosa.





Preguntas


¿Quién es
esa mujer
la de nombre extranjero
que vuelve una
otra vez
pide una cama
un colador
un sueño
mientras yo vivo a oscuras
en mi casa de piedra?



Tres ángeles


-¿Y qué son esas voces?
¿No escuchaste que insisten, que gimen y
que imploran¡

-Son horas muertas
con sus pesados pasos. Mujeres olvidadas
que lloran por las noches.

-¿Y esas risas?
-Son amores livianos de tres ángeles blancos.

-¿Y ese grito? ¿Esa sangre? ¿Esa herida?
-Es la aurora que nace. Es el día.



Tatuaje


De aquella noche todo,
guardaré para siempre.

(será una terca huella en mi memoria roja).

Hablaré con el eco de tu voz
que se aleja.
Esconderé tus huesos, tu puñal y mi sangre.

Ocuparé tu silla,
tu silencio,
tu copa.

Sólo arderá tu nombre. Tu nombre,
entre las cosas.



Conversación II


Bordeamos en silencio
la blanca costanera.

Tan sólo nuestros pasos:
latidos negros sobre las piedras.

Hubiera querido decirte que
contarte los
cuando mis manos se

Hubiera podido mostrarte mi
donde golpeaba la
mientras sangraba por

Te dije:
"Qué sereno está el río, ¿no?"



Conversación III


Bordeamos en silencio
La blanca costanera.

Cómo olvidar aquella tarde.
El cielo tan azul. El viento.

Tu mirada esa tarde.
Sólo cuatro palabras: cuatro piedras.

Luego dijiste,
¿Quién se atreve a mirar la primera piedra?

Aquella tarde.
El cielo tan azul. El viento.



Preguntas


¿Cuántas
barcas vacías
hay
entre tu voz
y mi recuerdo?



Silvia Arazi (Buenos Aires, Argentina)

Fuente: "Claudine y la casa de piedra", Silvia Arazi, Ediciones Del Dock, 2015.

jueves, 24 de marzo de 2016

4 POEMAS MÁS DE CLAUDIA MASIN





NIÑOS DEL CIELO


Todo lo que perdemos suma una cifra
única, la nuestra. Si perdieras algo tuyo,
algo que no estaba destinado a perderse,
tu cifra sería inexacta para siempre.






CRÍA CUERVOS



Los niños, como los perros, podemos ver en la oscuridad.
Vigías que saben que no pueden deslumbrarse
con su propio sueño, pasamos las horas
tejiendo una tela finísima alrededor
de nuestro miedo. Después, muchos años después,
solías decirme, llega el olvido y podemos dormir
sin sobresaltos. Yo aún no he olvidado.

Cada noche, nos intercambiábamos historias
como joyas. Esta te queda bonita,
esta le sienta bien a tu piel, a tus ojos:
Había una niña que era tan pequeña
que cabía en la palma de una mano.
Si yo fuera esa niña –pienso- elegiría
vivir en tu mano. Podrías cerrarla
y dejarme sin nada, pero toda buena historia
necesita una tragedia, un vuelco inesperado.
No quiero que llegue el fin
de tu relato, que la noche se acabe. No sé qué hay
del otro lado. La vida es una imagen
que va desdibujándose, perdiendo los contornos
día a día. Crecer es el tránsito de la imagen precisa
a la distorsión. Quiero seguir siendo niña
para conservar la vista.





MADRE E HIJO

Despacio, despacio, que hasta aquí no llegue la prisa
de la muerte. No quiero que venga la primavera,
dijiste, no tengo ropa que ponerme. En las montañas
pareciera que siempre está a punto de desatarse
una tormenta, pero hay una sola tormenta en todo
el invierno. Cuando sucede, salimos los dos
a verla. Te tiemblan las manos como a una niña
pequeña, siempre me pregunté si de alegría
o de miedo. Todas las cosas únicas aterran.
A veces quisiera protegerte, taparte los ojos,
que no adviertas la primera gota
desprendiéndose, inevitable, del cielo. Que no sepas
que por más que hagamos silencio por meses,
por años enteros, acabaremos por decirnos una
u otra palabra, y en ese momento comenzará
a correr el tiempo.




NACIDO Y CRIADO

Hay un amor al extravío en todas las personas extraviadas,
a la larga uno levanta su casa donde resulta que ha caído:
arena, agua, barro, tierra firme. ¿Pero y si resultara
posible la mudanza, si el movimiento
no fuera una explosión que de improviso
transportara las moléculas de un cuerpo de un lugar
a otro, si el movimiento fuera
desprenderse como se desprende una gota de una rama,
si fuera algo así de lento, así
de irreversible?



Claudia Masin (Resistencia, Chaco, 1972)

Fuente: La vista, Claudia Masin, Hilos Editora, 2012.

miércoles, 23 de marzo de 2016

8 POEMAS DE MAROSA DI GIORGIO








Historial de las violetas



2

Cuando miro hacia el pasado, sólo veo cosas desconcertantes: azúcar, diamelas, vino blanco, vino negro, la escuela misteriosa a la que concurrí durante cuatro años, asesinatos, casamientos en los azahares, relaciones incestuosas.
Aquella vieja altísima, que pasó una noche por los naranjales, con su gran batón y su rodete. Las mariposas que, por seguirla, nos abandonaban.



7

Yo no sé, pero, veo a la langosta, en el plato de plata, roja, delicadísima, castaña; bajo sus costillas de arroz, viven el amor, la champaña, las bodas futuras, los crímenes extraños, el agua, todo vive bajo su sacón de pimpollitos rojos.



LA LIEBRE DE MARZO



Para cazar insectos y aderezarlos, mi abuela era especial.
Les mantenía la vida por mayor deleite y mayor asombro de los clientes y convidados.
A la noche, íbamos a las mesitas del jardín con platitos y saleros.
En torno, estaban los rosales, las rosas únicas, inmóviles y nevadas.
Se oía el run run de los insectos, debidamente atados y mareados.
Los clientes llegaban como escondiéndose.
Algunos pedían luciérnagas, que era lo más caro. Aquellas luces.
Otros, mariposas gruesas, color crema, con una hoja de menta y un minúsculo caracolillo.
Y recuerdo cuando servimos a aquella gran mariposa negra, que parecía de terciopelo, que parecía una mujer.

*****


Andaba erizada, temblando me tenían de un ala; había gran espanto y zozobra, giré en el aire, pasé de rama en rama, transcurrió una noche bravía. Un mercado, una luz azul. Un hombre cruzó sobre sus zapallos, (rosados y dorados como la luna); con su extraordinaria juventud, salió de entre las naranjas; había una muchacha acostada, blanca como espuma, y otra mujer, madre de esa muchacha.
Para peor, domingo al mediodía, luz radiante, giré, mirando, huyendo. Ya era tarde.
Decían que yo había nacido.
Vi cómo me miraban, me llevaban; a otra casa, y traían leche, yuyos y muñecas.
Por donde había errado libre, durante siglos, desde siempre, entre plantas, alhelíes, aralias, pusieron otra planta y la llamaban marosa.


*****


Fuimos a vivir al agua. Llevamos cajas, tazas, roperos, tabiques; cocinamos; hicimos cosas eróticas. Las mujeres, tan blancas, flotábamos con la rosa en el aire, y los hombres, al desnudarse, semejaron dioses.
Hicimos muchas cosas.
Y parecía
que no terminaba más el día.





EL BAR DE AMELIA


37

Había tres gatos que no eran silvestres ni caseros.
Vivían en la bodega. La bodega estaba lejos de la casa. Yo iba hasta allá cuando las amas andaban cortando ajíes que son de tul verde, con el coágulo rojo adentro, la amatista, brilla la pata de turquesa de que penden.
De esos gatos se dijo que comían mariposas, y algo más absurdo se dijo, que comían moras. Pero, yo nunca lo comprobé.
Estos gastos eran llamados “los indios”. Al verme cada uno trepaba a un árbol y me miraba. Así yo era observada desde tres lugares diversos.
Un día uno de los gatos tuvo para mí intenciones sexuales, y yo huí a través de los ajíes de encaje, y él volaba y caía a mis pies, y volvía a volar y a caer a mis pies; me siguió en la larga caminata, demostrando a cada instante, su poder supremo e inútil.



45

¿Loros? ¿Olvidé hablar de ellos? Usaban collares fosforescentes, azules, negros, rojos, verdes. Bajaron de los hondos cielos, de los rosales, que, en ese sitio, eran más altos que cipreses (pasaban las nubes con sus ramos).
Loros en todas las ventas y las puertas. Unos como hombres; otros, de pie, en mi mano. Los conducía ante la abuela con gran interrogante, esas capuchas, esos velos; parecían hechos de brasas e higos verdes; yo creí que eran santos inmortales, coloreados.
Vivieron en la huerta, el jardín y la morada. Con muchos disimulo y atención oían todo lo que decíamos.
Y así, cosas de nuestra vida rodearon por años en el viento.



47

Resolvimos disfrazarnos. Para robar ciruelas. Para asustar a los vecinos. Vestidos de espantapájaros. Ramos de violetas en el rostro y hasta el rudo. Alas y brazos desacomodados.
Fuimos a la chacra más próxima. Muchos se asomaban por las puertas  y ventanas. Uno dijo: -¿Quiénes son? ¿Cuál es el jefe?
Pero éramos tres mujeres.
Otro dijo: -Son las niñas de al lado.
En una noche quieta, deslumbrante. La luna sobre las ramas.
Como una mariposa redonda y total.
Las ciruelas parecían remotas.
Y no había a quién asustar.

Marosa Di Giorgio (Uruguay 1932-2004)


Fuente: “Los papeles salvajes” (Obra poética reunida) Adriana Hidalgo Editora.

sábado, 19 de marzo de 2016

4 POEMAS MÁS DE CATALINA BOCCARDO





6


la inexistente pared nos angustia

tu desaparición
capaz de cualquier espera

diez minutos
un siglo

las manos también

tu pared
desvanecida
fantasma

me toca



                                                                                           (de "Territorios")



24



puentecito del intercambio
en la frontera
un bolso sobre tablones torcidos por el peso

los gendarmes no  ven
el calor deforma un poco el límite
                                                      de los objetos

hay que sonreír

en la otra orilla vive un hermano


                                                                                         (de "Formosa")



36


no ves que digo "alma"
"agua bendita"
en lengua mestiza
cal viva despellejándose

comulgación de hormigas
las cabezas al ras
(que a la india le coman el cuerpo abajo de la tierra)

"se fue al cielo con dios" me enseñaron
pero seca no creo
sino al nado azul de mis mujeres
pájaros de insurrección

las tujujú* y sus cuellos manchados de sangre
reencarnadas

a campo abierto
la lengua oculta
puede gritar


* Cigüeña, una clase de ellas porta una mancha roja y visible en su cuello.


                                                                                                         (de "Formosa")



FIGURA NUEVE


cuando no se puede hablar
una laringe prestada
acordeónica
hecha de papel madera
recorta la voz
la convierte en una muñeca
que dice mamá


                                                                                            (de "Collage")





Catalina Boccardo (Buenos Aires, 1961)

Fuente: Territorios, Catalina Boccardo, Ediciones Del Dock, 2012.
              Formosa, Catalina Boccardo, El Suri Porfiado, 2015.
              Collage, Catalina Boccardo, Ediciones En Danza, 2015.

miércoles, 16 de marzo de 2016

6 POEMAS DE GABRIELA ROSAS



Ida

Apúrate Alison 
una esquina te espera 
no busques llamar la atención 
busca lo pequeño 
y transfórmalo para ti 
ponte de pie 
deja que las noticias las den otros


cada vez que te engañen 

un niño romperá su piñata.



Quebrantos

I

Prolongar un cuerpo
su llegada
accionar el espacio que lo nombra
decir hambre.



Breves del cuerpo

II

Epitafio:
Aquí llueve.


III

Estar en casa
es el poema.


VIII

En el vacío están todos mis perros.


IX

Salir es herirse.


Gabriela Rosas (Venezuela, 1976)

Fuente: "Quebrantos", Gabriela Rosas, Ediciones Del Movimiento, 2015.




lunes, 7 de marzo de 2016

2 POEMAS DE LAURA GARCÍA DEL CASTAÑO






El río Awash


Al norte de Etiopía, en la tribu Afar
una mujer camina quinientos metros hasta el río Awash
para traer veinte libros sobre sus hombros

A simple vista, parece no costarle esfuerzo
como si antes de cargar todo ese peso
hubiese tenido que vaciar su propia sed.


                                                                            (del libro El sueño de Sara Singer)



el secreto del amor


¿te hablé del amor?
¿de la crin filosa que a tu mano se enhebra?
¿cómo se ama? 
¿cómo se administra una avalancha?
¿has visto una carrera de galgos?
el secreto está en la largada
me dijo un experto
en bestias de aspecto sencillo y voluntad poderosa
en rostros escuálidos 
de oídos sordos y piel clarividente
el secreto de la nieve
está en apretarla hasta que duela.
él es un viejo hábil
le gustan las mujeres que cambian  
de gris a azul metalizado
como la reina mora
es un pastor de la conversión 
un fanático de las mutaciones
que exigen derrumbamiento
un jardinero de la espera
esperar que la maleza estalle
esperar que al galgo le brote la gloria dentro
esperar que el amor flote en un vaso
como un insecto inevitable
los galgos no son perros cualquiera 
son esquimales altivos
que hablan otro idioma
guerreros de flacidez absurda
ángeles de otra siembra
poco corpulentos nada creíbles
y sin embargo miran un punto
siempre hacia adelante
correr desagotando la huida
hacia una meta trazada
por un experto en mutaciones
¿te hablé del amor?
de su crin fabulosa que se aprieta como la nieve?
 un día es un perro marrón, silvestre, cabizbajo
al otro es un galgo 
alto, azul y prepotente
no
el secreto de las carreras
está en sus mezquinas alianzas 
para dejarse atrás
las cabezas se estiran
sobre la línea se traicionan
cambian
de azul metalizado a ceniza.

                                                                                      (del libro "Los demonios del mar")



Laura García del Castaño (Córdoba, Argentina, 1979)



Fuente: "El sueño de Sarga Singer", Laura García del Castaño, Editorial Llantodemudo, 2014.
            "Los demonios del mar", Laura García del Castaño, Ediciones Del Dock, 2015.