Historial de las violetas
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Cuando miro hacia el pasado, sólo
veo cosas desconcertantes: azúcar, diamelas, vino blanco, vino negro, la
escuela misteriosa a la que concurrí durante cuatro años, asesinatos,
casamientos en los azahares, relaciones incestuosas.
Aquella vieja altísima, que pasó
una noche por los naranjales, con su gran batón y su rodete. Las mariposas que,
por seguirla, nos abandonaban.
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Yo no sé, pero, veo a la
langosta, en el plato de plata, roja, delicadísima, castaña; bajo sus costillas
de arroz, viven el amor, la champaña, las bodas futuras, los crímenes extraños,
el agua, todo vive bajo su sacón de pimpollitos rojos.
LA LIEBRE DE MARZO
Para cazar insectos y
aderezarlos, mi abuela era especial.
Les mantenía la vida por mayor
deleite y mayor asombro de los clientes y convidados.
A la noche, íbamos a las mesitas
del jardín con platitos y saleros.
En torno, estaban los rosales,
las rosas únicas, inmóviles y nevadas.
Se oía el run run de los
insectos, debidamente atados y mareados.
Los clientes llegaban como
escondiéndose.
Algunos pedían luciérnagas, que
era lo más caro. Aquellas luces.
Otros, mariposas gruesas, color
crema, con una hoja de menta y un minúsculo caracolillo.
Y recuerdo cuando servimos a
aquella gran mariposa negra, que parecía de terciopelo, que parecía una mujer.
*****
Andaba erizada, temblando me
tenían de un ala; había gran espanto y zozobra, giré en el aire, pasé de rama
en rama, transcurrió una noche bravía. Un mercado, una luz azul. Un hombre
cruzó sobre sus zapallos, (rosados y dorados como la luna); con su
extraordinaria juventud, salió de entre las naranjas; había una muchacha
acostada, blanca como espuma, y otra mujer, madre de esa muchacha.
Para peor, domingo al mediodía,
luz radiante, giré, mirando, huyendo. Ya era tarde.
Decían que yo había nacido.
Vi cómo me miraban, me llevaban;
a otra casa, y traían leche, yuyos y muñecas.
Por donde había errado libre,
durante siglos, desde siempre, entre plantas, alhelíes, aralias, pusieron otra
planta y la llamaban marosa.
*****
Fuimos a vivir al agua. Llevamos
cajas, tazas, roperos, tabiques; cocinamos; hicimos cosas eróticas. Las mujeres,
tan blancas, flotábamos con la rosa en el aire, y los hombres, al desnudarse,
semejaron dioses.
Hicimos muchas cosas.
Y parecía
que no terminaba más el día.
EL BAR DE AMELIA
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Había tres gatos que no eran
silvestres ni caseros.
Vivían en la bodega. La bodega
estaba lejos de la casa. Yo iba hasta allá cuando las amas andaban cortando
ajíes que son de tul verde, con el coágulo rojo adentro, la amatista, brilla la
pata de turquesa de que penden.
De esos gatos se dijo que comían
mariposas, y algo más absurdo se dijo, que comían moras. Pero, yo nunca lo
comprobé.
Estos gastos eran llamados “los
indios”. Al verme cada uno trepaba a un árbol y me miraba. Así yo era observada
desde tres lugares diversos.
Un día uno de los gatos tuvo para mí intenciones sexuales, y yo huí a través de los ajíes de encaje, y él
volaba y caía a mis pies, y volvía a volar y a caer a mis pies; me siguió en la
larga caminata, demostrando a cada instante, su poder supremo e inútil.
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¿Loros? ¿Olvidé hablar de ellos? Usaban collares
fosforescentes, azules, negros, rojos, verdes. Bajaron de los hondos cielos, de
los rosales, que, en ese sitio, eran más altos que cipreses (pasaban las nubes
con sus ramos).
Loros en todas las ventas y las puertas. Unos como hombres;
otros, de pie, en mi mano. Los conducía ante la abuela con gran interrogante,
esas capuchas, esos velos; parecían hechos de brasas e higos verdes; yo creí
que eran santos inmortales, coloreados.
Vivieron en la huerta, el jardín y la morada. Con muchos
disimulo y atención oían todo lo que decíamos.
Y así, cosas de nuestra vida rodearon por años en el viento.
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Resolvimos disfrazarnos. Para robar ciruelas. Para asustar a
los vecinos. Vestidos de espantapájaros. Ramos de violetas en el rostro y hasta
el rudo. Alas y brazos desacomodados.
Fuimos a la chacra más próxima.
Muchos se asomaban por las puertas y
ventanas. Uno dijo: -¿Quiénes son? ¿Cuál es el jefe?
Pero éramos tres mujeres.
Otro dijo: -Son las niñas de al
lado.
En una noche quieta,
deslumbrante. La luna sobre las ramas.
Como una mariposa redonda y
total.
Las ciruelas parecían remotas.
Y no había a quién asustar.
Marosa Di Giorgio (Uruguay
1932-2004)
Fuente: “Los papeles salvajes” (Obra poética reunida) Adriana Hidalgo Editora.
Muy buenos!
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