jueves, 14 de diciembre de 2017

3 POEMAS DE DIEGO RAVENNA Y UNA YAPA



De niño tuve miedo



a la oscuridad. Temblaba por algo
que demorado en la materia
hacia la noche en mí. “No estés triste
-decían mis padres- también el día esconde
lo que lo excede”. Con la misma
naturalidad con que la tierra absorbe la lluvia
yo hice de mi cuerpo un pequeño sol.
Aprendí entonces que sólo la imaginación
sostiene lo que jamás estuvo.
Ahora sé, en el desierto el agua
puede ser una mentira. Habría que atravesarlo
como quien no espera nada. Lo que hace falta hay
que imaginarlo.



***




                                                                                                                     A Estefi

Me quedo solo. La tarde está rara y silenciosa.
Profundamente quieto estoy solo. Todo lo que amo
lo que siempre amé está aquí, como si no se hubiera ido: las plantas
creciendo a la luz del sol, animales diminutos en los rincones,
la enredadera que trepa el muro hasta alcanzar la casa del vecino.
Tanto verde hay tanta vida que ya nada se resiste.

Amor, quisieron dejarme sin nada y no pudieron
como una casa abandonada: todo lo frágil me pertenece.



***


Si pudieras ver cómo avanza
cada vez la misma agua entre las piedras,
sabrías que la distancia entre vos y las cosas
se ha clausurado como si la mirada se deslizara
envolviendo uno a uno los objetos.
Tal vez deseabas lo que es idéntico y aviene
en imagen junto a las sombras, o que otros
imaginen en tu lugar lo que el recuerdo
por sí solo no logra sostener. De todos modos,
resulta difícil decir por qué, el impulso
de comprender con el cuerpo lo que se vuelve ajeno.
El miedo es ahora una hermosa nube gris,
que desanda, lo que creíamos perdido.
El viento sopla de nuevo sobre mi cara.
Déjenme, que ahora tenga un hermano
y no solo la certeza de su alejamiento.



Diego Ravenna (Buenos Aires, 1979)



LA YAPA: Prólogo de Agua, de Diego Ravenna, Viajero Insomne, 2015.


EL PODER DELICADO - Por CLAUDIA MASIN


Agua, de Diego Ravenna, tiene una rara cualidad: es un libro exquisito, sutil, delicado, y a la vez potente. ¿De qué depende la potencia en la poesía? ¿Puede algo frágil ser a la vez fuerte? Creo que esta última pregunta es –precisamente– la que este texto sobrevuela constantemente. Lao Tse escribió hace 2500 años, en el Tao Te King, Nada bajo el cielo es más blando y suave que el agua. Pero cuando ataca las cosas duras y resistentes ¡ninguna de ellas pueda superarla! Que lo suave vence a lo resistente y lo blando vence a lo duro ¡es cosa que todo el mundo sabe! Pero que nadie utiliza. El poder de este libro reside en esa paradoja: una escritura suave y mansa como el agua, que es capaz sin embargo de horadar la dura corteza de una materia, la del lenguaje, a veces tan compacta e impenetrable, tan rebelde ante cualquier intento violento de manipularla para darle una forma determinada. Pero hay poetas como Diego Ravenna que abandonan la ambición de moldearla de acuerdo a su deseo, de apropiarse de ella –es decir, todo afán de conquista– y además saben pulsar con su escritura las cuerdas correctas, con suavidad y paciencia, y entonces esa materia indómita cede. “Hoy, me entrego al lento fluir de todo/ cuanto intenta asirse al mundo” dice un poema, en una declaración de principios que el libro sostendrá a través de su ritmo moroso y despojado, indiferente a cualquier cadencia que no sea la suya. Y ese desprendimiento es lo más hermoso de Agua: su entrega honesta y decidida a un tono, a una manera de narrar, a un imaginario que nunca se desbordan, que no necesitan del golpe de efecto para producir una conmoción que perdura en quien lee, precisamente porque no apela a ningún gesto de época, a ningún guiño erudito ni irónico: la escritura de Diego Ravenna es una escritura lírica que no pide disculpas por serlo. Decía Diana Bellessi que el lenguaje lírico es aquel que dice las cosas que nos daría pudor decir en voz alta. O sea, agregaría yo, el lenguaje lírico contiene ese habla desordenada y desobediente de la infancia, que muy pronto debimos abandonar como moneda de cambio para poder acceder a la cultura. La poesía, en su faz lírica, nos devuelve esa irreverencia, nos da el permiso que necesitamos como adultos para hablar de lo que no debemos: fundamentalmente de aquellas emociones que fermentan en lo hondo como géiseres, igual de contenidas que ellos bajo la apariencia de una superficie calma, sospechosamente quieta. Ravenna no adhiere a esa “lírica culposa” que busca en el humor, en la ironía, en la autoparodia una coartada que le permita decir lo que dicen los niños. Y eso le da a su poesía una inocencia que deslumbra. Por inocencia entiendo: capacidad para mirar las cosas que hemos visto mil veces como si fuera nuestro primer encuentro con ellas, para decir lo que necesitamos decir con valentía y prescindencia de la mirada ajena, para preguntarnos sin que lo que importe sea la hipotética respuesta brillante y certera, sino el sencillo, desnudo interrogante que nos quita el sueño desde siempre: ¿Alcanza el deseo/ para alterar el rumbo de las cosas? 

Este libro ronda la experiencia de la pérdida, se pregunta por lo irreversible una y otra vez, y su atmósfera contiene tanto la tristeza por la imposibilidad de recuperar lo ido, como la revelación de que la escritura –si bien está sujeta a ese imposible– tiene, como los chamanes más ancianos de la tribu, un don para sanar, es decir, para tejer una trama de palabras hermosas y ciertas sobre el hueco que ha dejado lo perdido, que no regresará pero que ahora –y esto no es poco– puede ser nombrado, invocado, llorado de un modo que alivie el cuerpo y el alma y ofrezca una forma ínfima e imprescindible de restitución, de reparación. Lo que hace falta hay/ que imaginarlo, escribe el poeta. 

Agua es, sin duda, un libro hermoso. Pero no solo eso: es un libro que nos recuerda que la escritura poética es una de las pocas formas que tenemos de devolverle la dignidad y la belleza al dolor y el sinsentido. Celebro la llegada del primer libro de Diego Ravenna, que empieza, con estos textos, a darle a los demás algo del –raro–­ don que le ha tocado como poeta: una humildad y una sencillez que brillan a través de sus versos como relámpagos límpidos y certeros que iluminan las vidas de los demás por un momento y después dejan su resplandor, inolvidable, para siempre.



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