Imagina un asno grande
1.
Hermano,
por favor,
imagina un asno grande, deslumbrado por
un suelo sagrado.
Un asno de oro, al trote,
acercándose a comer de nuestra mano un
sueño dulce
—parecido a un pequeño tubérculo
amarillo—
que cruje sonoramente al fondo de su
mandíbula.
Imagínalo. Piensa que lo tienes a la
distancia de un brazo.
¿Por
qué quieres volver a tu tierra santa, asno?
¿A qué le temes?, ¿a quién? No huyas.
En esa isla estarás solo. Allá
nunca ha ocurrido nada, solo el horror
y el vacío.
Es miedo, asno cabrón, es puro miedo.
De este lado, en cambio, sí ocurren
cosas.
Hay estelas de fuego cruzando el cielo
nocturno,
iluminando los grandes anuncios de
vodka
que cubren las fachadas de los
edificios. En esos anuncios
estoy yo y estás tú.
Aquí sí pasan cosas, burro. Bebemos y
bebemos
el negro ron de la madrugada. Nos
ponemos eléctricos,
insultamos a la muerte. La muerte es
un maestro de Delaware, su ojo es
verde.
Y nosotros bebemos y bebemos el negro
ron del amanecer.
Demasiadas
veces hemos comenzado desde cero,
dejando todo atrás, tranquilamente.
Es miedo, asno-cabra. ¿Regresar a esa
isla desierta?, ¿para qué?
No te engañes: el futuro nunca fue más
que un paso en falso.
Ya lo sabíamos.
Te
lo aseguro: de este lado la nostalgia es imposible,
porque aquí hemos abandonado ya toda
esperanza,
y la nostalgia —se sabe— es la hija
deforme de la esperanza.
Quédate, asno. Las cosas pasan por
algo. La vida
pasa por algo.
Vamos a caminar, vamos a beber.
Dentro de unos meses nos reiremos de
todo esto.
Cómo nos vamos a reír de todo esto.
2.
Después
de todo aquí seguimos, Hermano,
tomando un poco de ron en esta playa
gris.
Ya se han ido los turistas y solo queda
el rumor
de la autopista cercana, el graznido
hambriento de los cuervos
y la luz anaranjada de los restaurantes
cayendo suavemente sobre las aceras.
Esto es, así vivimos.
De vez en cuando, si logramos reunir
algo de dinero,
escapamos de la ciudad por un fin de
semana
en busca de desfiladeros amplios y
desolados,
parecidos a fondos de pantalla que
cobraran vida a nuestro paso.
Carreteras
llenas de hordas nómadas
haciendo escándalo por los caminos.
Despertamos
tarde, recordando apenas
tres tazas del bourbon más barato de Kentucky
y un nombre de mujer que nos pareció
vagamente azteca.
Monterey huele a pescado muerto
y la única librería de Half Moon Bay
está abarrotada de
manuales de jardinería, novelas de
Danielle Steel
y libros sobre Half Moon Bay.
No hay revelaciones, no hay arbustos
quemándose
ante nosotros en estos viejos hoteles
llenos de viajeros solitarios que
meditan a la orilla de los ríos
y de estudiantes pobres que pagan con
cupones de descuento
y se roban los libros que adornan las
estanterías.
Está bien, al menos ya nada es como
antes.
De
jóvenes perdíamos el tiempo como bestias.
Pensábamos demasiado, nos hundíamos en
el pantano de las palabras
para salir apestados de incertidumbre,
una y otra vez, incansablemente.
¿Cómo
soportábamos tanto ruido?
Siempre atrapados en peleas, siempre
rebuznando en las calles.
Mira
todos esos asnos grises, corpulentos.
Con qué seriedad han invadido el
desierto de la península.
Se atraviesan en el camino con una
elegancia indiferente, de asnos.
Relucientes, gordos, tristes.
De vez en cuando se ve uno derrumbado
al borde de la carretera,
con la barriga abierta, las tripas
expuestas al sol.
3.
¿Quién podrá decir si están bien los
sueños que comemos?
¿De quién es la mano que nos los acerca
a la boca?
¿Alguien podría decirlo?
4.
Solo en el recuerdo es tolerable la patria
o si la vemos desde lejos, como a
través
de un pesado vidrio que salvaguarde la
distancia.
Solo
entonces se hace legible
y toma cuerpo en forma de pequeños
rectángulos
transportables como tarjetas postales
o pequeños souvenirs de aeropuerto.
¿Qué es, finalmente, lo que dejamos
atrás?
¿De qué nos salvamos?
¿Cuáles eran las palabras que nunca
debíamos olvidar?
Los años, ya lo ven, nos han enseñado
poco.
Hasta ahora solo hemos aprendido a
callarnos cada vez más,
rumiando muy hacia dentro unas pocas
certezas:
El cielo, por fin, nos ha olvidado.
La saciedad nos separa, el hambre nos
une.
La verdad podrá salvarnos pero jamás
nos hará libres.
No vivimos de una tierra sino de su
deseo,
no queremos un territorio sino su
alucinación.
5.
¿Dónde estás, asno grande, asno cabrón?
¿Adónde te fuiste,
asno trasegado, asno-túnel, asno-pixel?
¿Desde qué lugar nos observas?
¿Con qué ciudades sueñas ahora?
Ven acá, burro, ven por tu ramita de
pasto mugriento,
toma tu pedacito de yuca podrida,
tu cubito de ocumo crudo.
Vamos a dormir, vamos a llorar un poco.
Todo lo que queremos, eso no llegará
nunca.
Así recordaremos estos años:
carreteras sin nombre atravesando un
desierto lujurioso,
y
bares llenos de gente, cantidades industriales de gente.
Ángeles insolentes, trágicos,
desmayándose sobre los urinarios,
bañándose en las calles inundadas,
mendigando unas monedas a las puertas
de las universidades,
celebrando por igual la gloria y el
desaliento.
Santiago Acosta
Fuente: "Cuaderno de otra parte", Santiago Acosta, Libros del fuego, 2018. Gentileza del envío: Marlo Ovalles.
Todo un descubrimiento, gracias por compartirlo.
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