viernes, 27 de julio de 2018

1 POEMA DE CAROLINA ZAMUDIO




La vecina




La escoba ponía detrás de la puerta. Recelosa. Que las visitas se fueran pronto. Devota, no fuera cosa que llegara a cumplirse. No barría de noche ni se cortaba las uñas. Iguales motivos. Puntillosa y puntual, no fuera que se muriera la madre, ave maría, el esposo. La madre empezó a irse, de a poco, entre recuerdos de su propia madre, la abuela, con tabaco negro armado al sol y miel de caña. Y detrás, al fondo, la brisa seca y sanadora de eucaliptos. Escoba en mano, la hija volvía, unto atrás, a oír el cuento. Para el esposo no hubo espera. Se fue de medianoche, sin que ella pudiera despertarlo. Solo un último pedido, con una bolsita de seda llena de hojas redondas entre la alianza y el rosario: no quieras morirte hoy, no de noche. Espera a que yo lo sepa mañana Nadie la vio volver a salir. Cauta, machaca los cogollos de la planta en un mortero, prepara un ungüento y se unta con él al sol. Desde la medianera de alambres llega siempre el fresco de eucalipto que hierve de día y, más tarde, quema en el hogar. De noche, la fragancia sube por el hueco de la chimenea. La mujer no sabe. Desesperados, leemos en el humo sus nuevas ceremonias. Sobre todas sus señales en el hacemos correr la voz.


Carolina Zamudio (Argentina, 1973)



Fuente: "La timidez de los árboles", Carolina Zamudio, Hilo de plata editora, 2018.





miércoles, 11 de julio de 2018

2 POEMAS DE JACQUELINE GOLDBERG




HOY TENGO QUE HACER MUCHAS COSAS/ HAY QUE MATAR LA MEMORIA/HAY QUE PETRIFICAR EL ALMA/ HAY QUE APRENDER DE NUEVO A VIVIR (ANA AJMÁTOVA)



EL CERDO Y EL TSUNAMI (2004)


Toda escritura exige calentamiento de nudillos.
También de mandíbula.

                                                                                   (Suena el Réquiem en D Menor de Mozart,
                                                                                                  dirigido por Herbert Von Karajan)



Así vuelve aquel año.

La llamada anuncia un corazón hecho trizas,
mi padre en un hospital de ultramar.
Su válvula mitral exigiendo mutar tejido de cerdo
por sangre de mi sangre.

Subí a un tempranero avión
el día en que mi hijo cumplía cinco años.
Lo dejé.
Me dejé en su rostro ignorante de lo demás.

Sólo cuando sucedieron las explicaciones,
los modos del pronósticos y el miedo,
me sepulté frente al televisor.

Otros corazones habían sido arrasados.
Un sismo de magnitud 9.1
ocurrió a las 00:58 UTC en el Océano Ïndico,
con epicentro en la costa oeste de Sumatra.

El terremoto fue nada.
Los ahogos fueron nada.

Pronto atacó una jauría de tsunamis
en las costas de catorce países:
los más sufridos, Indonesia, Malasia,
Sri Lanka, India y Tailandia.

Se habla de 229,866 pérdidas humanas,
entre ellas 186,983 muertos
y 42, 883 desaparecidos.

Las estadísticas no mencionan
posibles fallecidos en la primorosa Birmania.

Era entonces uno de los nueve desastres naturales
más mortales de la historia moderna.

El peor deslave familiar ocurría sin espumas,
en la mínima ensenada
de una sala de cuidados intensivos.

Discutíamos acerca de estruendos
y horas de cirugía.

Sobre mi padre pendía un pulpo.

Era la imprudencia de un año casi ido,
la de otro que sería peor.

Mientras escribo (26 de diciembre de 2014)
miles de personas en toda Asia
recuerdan con plegarias, ofrendas y discursos
una magnífica pared de agua.

"Había cristal, metal, trozos de madera,
ladrillos, era como estar en una lavadora llena de clavos",
explicó a la AFP Andy Chaggar,
superviviente británico.
A su novia se la llevó el tsunami
de un bungaló de la playa de Khao Lak.

Nosotros, sin cuido de mareas,
celebramos otro año de milagros,
el cerdo que se hizo corazón de mi padre.







CADA SUICIDIO ES UN SUBLIME POEMA DE MELANCOLÍA (HONORÉ DE BALZAC)



EL MÁS HERMOSO SUICIDIO (1947)




Evelyn McHale habría sido una joven más
-californiana, huidiza-,
pero subió al mirador del Empire State Building
la mañana del primero de mayo de 1947.
Y se convirtió en la suicida más bella del mundo.

El vuelo pudo haberla destrozado:
son normales fracturas en huesos de piernas
y columna vertebral,
severos traumatismos de pelvis.

El viaje de ochenta y seis pisos,
a una velocidad terminal de doscientos kilómetros por hora,
suele reventar la aorta y las cámaras del corazón,
hundir todo precioso cráneo.

El golpe seco deja en el cadáver muecas de dolor.

(Sólo se lanza desde un edificio
quien está irrevocablemente determinado a morir.)

Pero el cadáver de Evelyn sería pulcro,
con una pierna sobre otra,
la mano jugando con su collar,
el rostro plácido, la boca anhelante.
Como posado por un ángel sobre la carrocería maltrecha.

Robert Wiles escuchó el estallido,
corrió y fotografió a la difunta.
La imagen fue publicada
ese mismo mayo en la revista Life,
con el título El suicidio más hermoso.

Evelyn llevaba consigo una nota
con instrucciones para su funeral y el desamor:
"Él es mucho mejor sin mí (...)
yo no sería una buena esposa para nadie".

Se sabe:
hay bellas despedidas,
horrendas primaveras,
bellos cadáveres,
bellas catástrofes.



Jacqueline Goldberg (Venezuela, 1966)

Fuente: "Las bellas catástrofes -poesía documental-", Jacqueline Goldberg, Editorial El Estilete, 2018.


viernes, 6 de julio de 2018

1 POEMA DE SANTIAGO ACOSTA





Imagina un asno grande



1.

                        Hermano, por favor,
imagina un asno grande, deslumbrado por un suelo sagrado.
Un asno de oro, al trote,
acercándose a comer de nuestra mano un sueño dulce
—parecido a un pequeño tubérculo amarillo—
que cruje sonoramente al fondo de su mandíbula.

Imagínalo. Piensa que lo tienes a la distancia de un brazo.

                        ¿Por qué quieres volver a tu tierra santa, asno?
¿A qué le temes?, ¿a quién? No huyas.
En esa isla estarás solo. Allá
nunca ha ocurrido nada, solo el horror y el vacío.

Es miedo, asno cabrón, es puro miedo.

De este lado, en cambio, sí ocurren cosas.
Hay estelas de fuego cruzando el cielo nocturno,
iluminando los grandes anuncios de vodka
que cubren las fachadas de los edificios. En esos anuncios
estoy yo y estás tú.

Aquí sí pasan cosas, burro. Bebemos y bebemos
el negro ron de la madrugada. Nos ponemos eléctricos,
insultamos a la muerte. La muerte es
un maestro de Delaware, su ojo es verde.
Y nosotros bebemos y bebemos el negro ron del amanecer.

            Demasiadas veces hemos comenzado desde cero,
dejando todo atrás, tranquilamente.

Es miedo, asno-cabra. ¿Regresar a esa isla desierta?, ¿para qué?
No te engañes: el futuro nunca fue más que un paso en falso.
Ya lo sabíamos.

            Te lo aseguro: de este lado la nostalgia es imposible,
porque aquí hemos abandonado ya toda esperanza,
y la nostalgia —se sabe— es la hija deforme de la esperanza.

Quédate, asno. Las cosas pasan por algo. La vida
pasa por algo.

Vamos a caminar, vamos a beber.
Dentro de unos meses nos reiremos de todo esto.

Cómo nos vamos a reír de todo esto.


2.

                        Después de todo aquí seguimos, Hermano,
tomando un poco de ron en esta playa gris.
Ya se han ido los turistas y solo queda el rumor
de la autopista cercana, el graznido hambriento de los cuervos
y la luz anaranjada de los restaurantes
cayendo suavemente sobre las aceras.

Esto es, así vivimos.

De vez en cuando, si logramos reunir algo de dinero,
escapamos de la ciudad por un fin de semana
en busca de desfiladeros amplios y desolados,
parecidos a fondos de pantalla que cobraran vida a nuestro paso.

                        Carreteras llenas de hordas nómadas
haciendo escándalo por los caminos.

                                   Despertamos tarde, recordando apenas
tres tazas del bourbon más barato de Kentucky
y un nombre de mujer que nos pareció vagamente azteca.

Monterey huele a pescado muerto
y la única librería de Half Moon Bay está abarrotada de
manuales de jardinería, novelas de Danielle Steel
y libros sobre Half Moon Bay.

No hay revelaciones, no hay arbustos quemándose
ante nosotros en estos viejos hoteles
llenos de viajeros solitarios que meditan a la orilla de los ríos
y de estudiantes pobres que pagan con cupones de descuento
y se roban los libros que adornan las estanterías.

Está bien, al menos ya nada es como antes.

                        De jóvenes perdíamos el tiempo como bestias.
Pensábamos demasiado, nos hundíamos en el pantano de las palabras
para salir apestados de incertidumbre,
una y otra vez, incansablemente.

                        ¿Cómo soportábamos tanto ruido?
Siempre atrapados en peleas, siempre
rebuznando en las calles.

                        Mira todos esos asnos grises, corpulentos.
Con qué seriedad han invadido el desierto de la península.

Se atraviesan en el camino con una elegancia indiferente, de asnos.
Relucientes, gordos, tristes.

De vez en cuando se ve uno derrumbado al borde de la carretera,
con la barriga abierta, las tripas expuestas al sol.


3.

¿Quién podrá decir si están bien los sueños que comemos?

¿De quién es la mano que nos los acerca a la boca?

¿Alguien podría decirlo?


4.

Solo en el recuerdo es tolerable la patria
o si la vemos desde lejos, como a través
de un pesado vidrio que salvaguarde la distancia.
                                   Solo entonces se hace legible
y toma cuerpo en forma de pequeños rectángulos
transportables como tarjetas postales
o pequeños souvenirs de aeropuerto.

¿Qué es, finalmente, lo que dejamos atrás?
¿De qué nos salvamos?
¿Cuáles eran las palabras que nunca debíamos olvidar?

Los años, ya lo ven, nos han enseñado poco.

Hasta ahora solo hemos aprendido a callarnos cada vez más,
rumiando muy hacia dentro unas pocas certezas:

El cielo, por fin, nos ha olvidado.

La saciedad nos separa, el hambre nos une.

La verdad podrá salvarnos pero jamás nos hará libres.

No vivimos de una tierra sino de su deseo,
no queremos un territorio sino su alucinación.


5.

¿Dónde estás, asno grande, asno cabrón?

¿Adónde te fuiste,
asno trasegado, asno-túnel, asno-pixel?

¿Desde qué lugar nos observas?
¿Con qué ciudades sueñas ahora?

Ven acá, burro, ven por tu ramita de pasto mugriento,
toma tu pedacito de yuca podrida,
tu cubito de ocumo crudo.
Vamos a dormir, vamos a llorar un poco.

Todo lo que queremos, eso no llegará nunca.

Así recordaremos estos años:
carreteras sin nombre atravesando un desierto lujurioso,
                        y bares llenos de gente, cantidades industriales de gente.
Ángeles insolentes, trágicos, desmayándose sobre los urinarios,
bañándose en las calles inundadas,
mendigando unas monedas a las puertas de las universidades,
celebrando por igual la gloria y el desaliento.
                  



Santiago Acosta

Fuente: "Cuaderno de otra parte", Santiago Acosta, Libros del fuego, 2018. Gentileza del envío: Marlo Ovalles.




1 POEMA MÁS DE CRISTINA GUTIÉRREZ LEAL






Sé del mar reventando contra un muro
cómo me asusta cuando levanta demasiado su oleaje
cuando enfría sus aguas y es imposible.
Sé de gente buena acodada en puentes
contemplo sus miradas cristalinas y la mía se envidria
me siguen enfermando mis ojos litorales
                                                mis costas.

He visto desde un balcón
un río que divide tres países
abrí muchas veces mi puerta para saludar
desconocidos
ya estiré una nueva lengua
ya me senté lo más al norte posible
ya estuve en la última calle de un país
ya fui todo lo insular que pude
ya he puesto toda mi fe en un viaje
ya he querido volver y abrazar
corro tras un nuevo paisaje que se alborote en mis ojos
vivo huyendo de este lugar que soy
pero el desarraigo no me cura

no me cura.




Cristina Gutiérrez Leal (Venezuela, 1988)

Fuente: "Concurso nacional de poesía joven Rafael Cadenas 2017" Team Poetero Ediciones. 2017. Gentileza de Marlo Ovalles.


martes, 3 de julio de 2018

2 POEMAS MÁS DE ALEJANDRA BOSCH





SEIS



Ya no voy a callarme la boquita
porque cuando me despierto
por las mañanas, tempranito
en lo primero que pienso es
en morirme.





ONCE


Todos necesitan de mí
unos palabras, otros
certezas
y decisiones justas
hasta el perro y las gatas
esperan que los alimente
por las mañanas
y yo, me levanto dolorida
son los años que duelen
en las articulaciones
y sin los lentes en la cara
busco agua y la coloco en sus
tarritos
cada uno beba, yo no sé qué más
podría hacer por todos ellos.




Alejandra Bosch (Santa Fe, 1967)
Fuente: "Un avión, su piloto y un pájaro", Alejandra Bosch, Ed. Caleta Olivia, 2017.