Dicen que hay que desear
cuando la estrella fugaz
está cayendo
quizás porque
el
espacio
vacío
que deja lo que se va
es lo que más tarde
podría poblarse.
***
Hoy vi manchas blancas
en el centro de tu iris
madre, ¿cuándo
comenzó esa ceguera
cuándo la voluntad
de noche se apoderó
de tu fuerza
y decidiste ser
el pez en el pico
del pájaro?
Un día
una se deja llevar
y a la mañana siguiente
no sabe
quién es.
Una también se vuelve mancha
algo extraño
para sus propias manos.
Bárbara Alí (Buenos Aires, 1984)
Fuente: "La mancha de los días", Bárbara Alí, Editorial Qué diría Victor Hugo?, 2016.
lo que siempre amé está aquí, como si no se hubiera ido: las
plantas
creciendo a la luz del sol, animales diminutos en los
rincones,
la enredadera que trepa el muro hasta alcanzar la casa del
vecino.
Tanto verde hay tanta vida que ya nada se resiste.
Amor, quisieron dejarme sin nada y no pudieron
como una casa abandonada: todo lo frágil me pertenece.
***
Si pudieras ver cómo avanza
cada vez la misma agua entre las piedras,
sabrías que la distancia entre vos y las cosas
se ha clausurado como si la mirada se deslizara
envolviendo uno a uno los objetos.
Tal vez deseabas lo que es idéntico y aviene
en imagen junto a las sombras, o que otros
imaginen en tu lugar lo que el recuerdo
por sí solo no logra sostener. De todos modos,
resulta difícil decir por qué, el impulso
de comprender con el cuerpo lo que se vuelve ajeno.
El miedo es ahora una hermosa nube gris,
que desanda, lo que creíamos perdido.
El viento sopla de nuevo sobre mi cara.
Déjenme, que ahora tenga un hermano
y no solo la certeza de su alejamiento.
Diego Ravenna (Buenos Aires, 1979)
LA YAPA: Prólogo de Agua, de Diego Ravenna, Viajero Insomne, 2015.
EL PODER DELICADO - Por CLAUDIA MASIN
Agua, de Diego Ravenna, tiene una rara cualidad: es un libro exquisito, sutil, delicado, y a la vez potente. ¿De qué depende la potencia en la poesía? ¿Puede algo frágil ser a la vez fuerte? Creo que esta última pregunta es –precisamente– la que este texto sobrevuela constantemente. Lao Tse escribió hace 2500 años, en el Tao Te King, Nada bajo el cielo es más blando y suave que el agua. Pero cuando ataca las cosas duras y resistentes ¡ninguna de ellas pueda superarla! Que lo suave vence a lo resistente y lo blando vence a lo duro ¡es cosa que todo el mundo sabe! Pero que nadie utiliza. El poder de este libro reside en esa paradoja: una escritura suave y mansa como el agua, que es capaz sin embargo de horadar la dura corteza de una materia, la del lenguaje, a veces tan compacta e impenetrable, tan rebelde ante cualquier intento violento de manipularla para darle una forma determinada. Pero hay poetas como Diego Ravenna que abandonan la ambición de moldearla de acuerdo a su deseo, de apropiarse de ella –es decir, todo afán de conquista– y además saben pulsar con su escritura las cuerdas correctas, con suavidad y paciencia, y entonces esa materia indómita cede. “Hoy, me entrego al lento fluir de todo/ cuanto intenta asirse al mundo” dice un poema, en una declaración de principios que el libro sostendrá a través de su ritmo moroso y despojado, indiferente a cualquier cadencia que no sea la suya. Y ese desprendimiento es lo más hermoso de Agua: su entrega honesta y decidida a un tono, a una manera de narrar, a un imaginario que nunca se desbordan, que no necesitan del golpe de efecto para producir una conmoción que perdura en quien lee, precisamente porque no apela a ningún gesto de época, a ningún guiño erudito ni irónico: la escritura de Diego Ravenna es una escritura lírica que no pide disculpas por serlo. Decía Diana Bellessi que el lenguaje lírico es aquel que dice las cosas que nos daría pudor decir en voz alta. O sea, agregaría yo, el lenguaje lírico contiene ese habla desordenada y desobediente de la infancia, que muy pronto debimos abandonar como moneda de cambio para poder acceder a la cultura. La poesía, en su faz lírica, nos devuelve esa irreverencia, nos da el permiso que necesitamos como adultos para hablar de lo que no debemos: fundamentalmente de aquellas emociones que fermentan en lo hondo como géiseres, igual de contenidas que ellos bajo la apariencia de una superficie calma, sospechosamente quieta. Ravenna no adhiere a esa “lírica culposa” que busca en el humor, en la ironía, en la autoparodia una coartada que le permita decir lo que dicen los niños. Y eso le da a su poesía una inocencia que deslumbra. Por inocencia entiendo: capacidad para mirar las cosas que hemos visto mil veces como si fuera nuestro primer encuentro con ellas, para decir lo que necesitamos decir con valentía y prescindencia de la mirada ajena, para preguntarnos sin que lo que importe sea la hipotética respuesta brillante y certera, sino el sencillo, desnudo interrogante que nos quita el sueño desde siempre: ¿Alcanza el deseo/ para alterar el rumbo de las cosas?
Este libro ronda la experiencia de la pérdida, se pregunta por lo irreversible una y otra vez, y su atmósfera contiene tanto la tristeza por la imposibilidad de recuperar lo ido, como la revelación de que la escritura –si bien está sujeta a ese imposible– tiene, como los chamanes más ancianos de la tribu, un don para sanar, es decir, para tejer una trama de palabras hermosas y ciertas sobre el hueco que ha dejado lo perdido, que no regresará pero que ahora –y esto no es poco– puede ser nombrado, invocado, llorado de un modo que alivie el cuerpo y el alma y ofrezca una forma ínfima e imprescindible de restitución, de reparación. Lo que hace falta hay/ que imaginarlo, escribe el poeta.
Agua es, sin duda, un libro hermoso. Pero no solo eso: es un libro que nos recuerda que la escritura poética es una de las pocas formas que tenemos de devolverle la dignidad y la belleza al dolor y el sinsentido. Celebro la llegada del primer libro de Diego Ravenna, que empieza, con estos textos, a darle a los demás algo del –raro– don que le ha tocado como poeta: una humildad y una sencillez que brillan a través de sus versos como relámpagos límpidos y certeros que iluminan las vidas de los demás por un momento y después dejan su resplandor, inolvidable, para siempre.
Feliz cumpleaños
Está bien que nos riamos de tu mamá
y de la estampita de San Cayetano
pegada en la ventana de la cocina,
pero tengo que confesar
que vos fuiste uno de mis tres deseos
mientras me cantaban el feliz cumpleaños.
Cada vez más flaca
Mi perra se sienta al lado mío,
ya tiene 15 años
y cada vez la veo más flaca.
Sé que es algo irreversible,
por eso me agacho
para acariciarla un rato largo.
Contenta, acepta mi mano sobre su lomo
y yo, otra vez,
vuelvo a caer en la trampa
de creer que el cariño
puede solucionar algunas cosas.
Gustavo Yuste (Buenos Aires, 1992)
Fuente: "Las canciones de los boliches", Gustavo Yuste, Editorial Santos Locos, 2017.
MORIBUNDO...
Moribundo: antes que vengan a coser tus párpados,
antes que el falso nudo se deshaga en el pañuelo
y que las ondas desaparezcan del agua,
querés repetirte con fuerza -como quien memoriza-
el nombre del lugar en donde estuviste y del que te vas.
Pero ya no lográs saber qué fue esa zona
que vos creías tan imperial y populosa
como el país de nada del que, aún viajando, siempre sos ciudadano.
Ahora que vienen a coser tus párpados
podés correr a gusto por toda la tierra de tu memoria,
pero no te basta eso de terminar qué fue esa luz que te parecía sola e infinita,
qué esas estrellas, ese humo, esas dos manos tuyas,
qué ese acordeón y esa madre.
Ahora te parece posible encerrar a toda aquella variedad en un frasco;
Ahora te parece que podrías ver todos los mares, todos los árboles y las fiestas
con solo mirar una vez a través de un orificio del diámetro de un clavo
practicado en tu tumba.
Pero igual querés gritar de una vez el nombre de la gota de la que empezás a caer,
por un desafío parecido al que hincha las venas
del hombre de nuez y de brazos desnudos,
de pie en ese arrabal de esferas,
que vocifera y vence a los otros con palabras,
pero no podés, no podés, moribundo.
Incluso ahora que estés muerto, cuando vuelvas
a tu larga costumbre de no ser nada,
en el instante luego del último punto dado a tus párpados,
recordarás, sí, cada uno de tus milenios idos
y tendrás la exacta clarividencia de todo tu inagotable porvenir,
pero este episodio ínfimo de luz aun del pasado se borrará.
Y no vas a gritar el nombre de la pintada selva
que -última lágrima o fruta inmensas- todavía pende de tus párpados,
ni te erguirás para el rasguño inesperado al cielo,
en tanto que lo que no sabés nombrar se arranca pausadamente de vos,
desprende de toda tu piel un ala,
y ya no temés que la mariposa esté naciendo,
y a ni la querés nombrar,
ya no sabés, no sabés qué dejás, qué se te va, moribundo.
MAMÁ ME ESTÁ PEINANDO
A la memoria de mi madre,
Jane Szichman de Reches
mamá me está peinando vienen horas felices
nos íbamos de compras a tiendas Gath y Chávez
mamá está preparada corra a buscar las llaves
qué poco la recuerdo sin sus cabellos grises
no avisa el peluquero me encaja en la sillita
así lo desplumaban al pollo en la feria
en la foto aparezco rapado cara seria
ojos entrecerrados zapatos con tirita
me decían que duerma que las brujas no estaban
que todas se volaron esa noche a la luna
en la pieza la cama está cerca de la cuna
mi papá se trepaba sobre mamá luchaban
hoy es mi cumpleaños hacen ronda los tíos
el que murió demente la que murió sin pechos
el murió en la cárcel con los dedos deshechos
dan vueltas baten palmas danzan ritmos judíos
una nena jugamos es ella la invitada
tomá los cubos blancos y prestale los rojos
se abrían y cerraban como puertas sus ojos
su boca era un pianito de madera rosada
muevo la bicicleta se me cae me hiero
empieza a salir sangre de mis rodillas frías
no hay manos que no sean más grandes que las mías
no quiero que me toquen que me curen no quiero
espacio donde hay nidos y donde hay acordeones
luz y luz y mi hermano que es el rey de los vientos
mi madre me enseñó a llorar con una frazada
entre los dientes
decía que en el silencio estaba la profunda
virtud del llanto
su sublime esplendor
decía que en el silencio
el dolor alcanzaba el pudor de la pureza
***
hospicio
nunca supe yo de qué manera decir su mano contra el viento de la tarde
o decir ya no veré a mi hija crecer / me llevan a un lugar
de puertas cerradas como la noche o como
las mandíbulas terribles de algún dios
nunca pude decir cuerpo pequeño tu adolescencia ninfa cayendo
catorce pisos cayendo desde la nada de tu desesperación
ibas así
callada y de color rosa por el parque tan callada vos
tan temblor de todos los infiernos / él dijo que no , que no quería
ser el padre de la mirada perdida
del diagnóstico fatal / prefiero ser nada dijo en su rigor mortis previo
prefiero ser nada
y el tren supo y supo la altura de los cuerpos
ambos desmadejados en su caer sobre sí
ser la madeja deshecha / la palabra de la razón para siempre rota
entre sus huesos
supo el cuerpo ser ese montón de maquinaria perfecta
absolutamente rota sobre su conciencia
mientras el mundo
iba
conquistando una luz desde la noche
y no se podía creer que pudiera haber un sol después
que desde sus muertes aún pudiera haber el sol
sobre sus huesos en las vías / en la calle
no se podía creer
que siquiera pudiera existir
el sol
***
a Santiago Maldonado
debería llover toda la lluvia ahora
llover sobre el campo / sobre las montañas
llover y llover
que el cielo se cubra de un negro mortuorio
que parezca un sudario el cielo
que su azul mentira se olvide por días y por días
que se lave el mar
que la tierra desbarate sus terrones
debería llover hasta gastarse la lluvia
hasta que nos queden pálidos los huesos
hasta que se camufle el llanto para siempre
debería llover y llover
que los pájaros aprendan la urgencia del nado
que los peces no distingan océano de nube
que la lluvia en su lloverse pierda el sentido de caer
que flote la lluvia
que confunda los ríos
que atragante alcantarillas
que hunda todo / todo lo devore
y después
cuando el mundo esté limpio de ceniza / polvo / asesinos
y otras miserias geográficas
después
que vuelva él
y diga madre no te apenes / encontré refugio del agua y otras bestias
ni la lluvia ni ellos
me han tocado
Gabriela Yocco (Córdoba, 1968. Reside en Buenos Aires)
del hueso
a la dulzura del hueso
a la música de la dulzura
del hueso que no oímos
dos orillas ha
y un puente
que nos separa
que nos une
al rito del olvido
a la memoria
del grito de la dulzura
de la música del hueso
que como perros oímos
dos lugares ha
y un camino
que nos separa
que nos une
al hueso de la memoria
de la música del hueso
que oímos como perros
***
mira
sus pies
volar
y no espera
de vo
alguna
mirada
que vigile su caída
del vacío al vacío
solo un cuerpo
el eco de un amor
colgado
en propia sombra
o raíz del sueño
¿rota la cabeza de pensar
sin poder verse?
¿a jornal de nuestra pena
darse de comer¿
¿cuidar de nos?
así
solo
sin poder verse
en su caída
mira su cuerpo
volar
del eco de su voz
al vacío del sueño
de su amor
raíz de nos
darse de comer
su sombra
en propia pena
cuelga del vacío
sus pies
y no espera
Ricardo Ruiz (Buenos Aires, 1953)
Fuente: "Huesos de otros vientos", Ricardo Ruiz, Ediciones en Danza, 2015.
¿Y si es el sol caído entre las hojas lo que consiente ese perfume innumerable, como de alas? Sólo las picanillas florecidas por única vez cubren los cuerpos de los árboles de una leve memoria. El tiempo no vuela en la isla. Repta para adherirse a lo que toca y toca con el puño lo que arrastra. La paz se hace con lo que oculta y trepa y las flores sin nombre. Sugiere el sol que el agua se redima o se resuma antes de que la tarde espere con su gracia la caricia completa de la noche.
MANDADO Se me dijo bébete la risa drágate serena en tu butaca sin levantar la voz arrúllate mora como un vaso que recibe deja abierta esa puerta ella es calladita no te palpes mójate en el agua tibia sin vacilación no te demores sal de ahí cúbrete la piel mojada y siempre asiente casi obedecí pues vivo Eleonora Requena (Caracas, 1968) Fuente: http://www.poemaspoetas.com/eleonora-requena/mandado
¿Me decís el nombre de lo que nos une?
O si hay nombre
si los fantasmas se hacen cuerpo
o si el daño es hoy
“Mentime”, digo. Y caés
a centellear: No-puedo-mudar-de-piel.
*
Se están borrando las cicatrices
que me recuerdan que falta algo, mejor,
que hay algo enlazado, anudado
en el interior de mí.
*
No sé si lo soñé.
Hablabas dormido,
decías
cosas que apenas escuchaba,
pero entendía.
Era la noche del día
en que me desnudé
por primera vez.
¿Te acordás?
Bajaste el cierre falso
de la primavera
y quedé frente a vos
con un cuerpo
que todavía no era mío.