sábado, 10 de noviembre de 2018

2 POEMAS DE MARIO NOSOTTI


Sur

Ahora lo llamo. Pero no viene.
Lo enterré en el jardín
Le puse encima un canto                              
Rodado de los grandes
Como esos que dividen
En dos una corriente
Como si por las dudas
Me pidiera salir
                                                                               
La tierra se levanta
Cuando bajan los ríos

Pasados cinco meses
El alma que se infla
No quiere envejecer

Abre grietas profundas
El agua las penetra
Cuando el viudo las riega

Entre bichos y plantas
La tarde va escurriendo                    

El jardín en verano                          
Sabe lo que recibe:                          
Por donde el agua entra
Algo pudo salir


***


Llegar un rato antes que la playa
sus colores y gritos
un título heredado como asilo
el ansia: aislando
el ansia conservando su lugar
pero algo se interrumpe
estás lejos de aquellas excursiones
y la certeza extraña alumbra una felicidad
que creíste para siempre embargada.
Antes que el mar contenga tras su línea
el perfecto bullicio. Así se prometía cada vez
ese verano. Exactamente igual.
Distinto en esa réplica variable de lo que a cada instante
está por empezar.


Mario Nosotti  (San Fernando, Buenos Aires, 1966)



miércoles, 7 de noviembre de 2018

1 POEMA DE MARIANA KRUK





temática

todos
absolutamente todos
los poemas
que no escribo
hablan de vos.




Mariana Kruk (Argentina, 1983)

Fuente: "Bisagra", Mariana Kruk, Editorial Azulfrancia, 2018.



lunes, 1 de octubre de 2018

2 POEMAS MÁS DE CARLOS NUÑEZ





II


Ya casi el alba respira su velo
                        en la cara
de los que están durmiendo en la terminal de ómnibus.
El olor a cuero mezclado con guisos de cordero
con bolsas de lana y pequeñas mantas donde van las guaguas,
una tiene una mosca muerta pegada en la cabeza.
Todos queremos irnos pero no hay información ni micros
ni teléfonos. Ahora el sol / sale/
yo nací en el mar; cuando llegué acá casi no podía respirar /
pasa un perro por delante del cartel de la publicidad de Koleston
alguien le saca una foto a la montaña multicolor.
Compartimos un cigarrillo
medio escondidos en una escalinata que nos llevaría
a donde estuvo el museo.
Trato de explicarle a los francesas que esta gente en el siglo XIX
protagonizó
un éxodo que fue de los actos de valentía y entrega
más importantes de nuestra historia.
Lo más difícil explicar que casi nadie le da importancia.



IV


Nos cerramos en dos, en tres,
cada vez más adentro
                       el aire es demoledor
¿Cómo hacer para ver?
¿Cómo hacer para no ver?



Carlos Nuñez (Buenos Aires, 1955)

Fuente: "Reporte del clima", Carlos Nuñez, Edición de autor, 2018.




lunes, 17 de septiembre de 2018

3 POEMAS MÁS DE FRANCO RIVERO






petỹ (Tabaco en guaraní)

a mí el campo me entró con el tabaco
por la nariz
después por las manos
la vista

hojas con venas
nunca había visto
las tocaba
como quien no ve
o no cree
en lo que ve

es tabaco
me dijo mamá
era la primera vez
que recuerdo llegar
a casa de la abuela
cuando la vi
ella tenía un cigarro
en la boca
y ese olor

fue como saludar a una planta
como si una planta
me saludara

años después
aún niño
toqué hojas de tabaco secas

el color era oscuro
las venas
estaban intactas

cuando fuimos a vivir
a casa de la abuela
ella me enseñó
a armar cigarros
lashoja más chica
son para hacer chripa
me decía

las colocábamos después
en una hoja más grande
tené que enliarle parejo
me repetía a cada rato
después me mostraba
cómo se pegaba con engrudo
el borde de la hoja
para que el cigarro
no se desarme

también me enseñó a fumar

me gustaba recorrer el campo
a pie
vicheando
buscando nidos
y una vez
encontré un murciélago
en el tronco de un árbol
había un hueco
y él estaba ahí
como escondido
metí la mano
lo toqué
lo alcé
acaricié sus alas
fue como acariciar tabaco
alas como hojas con venas
hojas que son casi tela
hasta en el color
se parecían

me enamoré del murciélago
lo visitaba a diario
y a veces se lo llevaba a la abuela
para mostrarle sus alas
el parecido que había

qué cosa no
decía
no se animaba a tocarlo

anoche en caa cati
alguien sacó unos cigarros
como los de la abuela
después de cenar
el olor el color las venas
volvían a mí
la laguna era como un espíritu
de fondo

hubo guitarra
acordeón
y cajón peruano
para variar
mi chamígo fabián fumaba
con nosotros
lo miraba y pensaba
no le falta nada para ser
de acá

allá volví a ver
manos morochas que
se parecen a esas hojas
de tela casi
con venas como caminos

me enamoro
de esas manos
el día que ame
él las tendrá así



…………………………………..




cada tanto vuelvo a lo que fuimos
y me da por desearte paz
decirte
te recuerdo bien
y eso
es lo mejor que te puede pasar
con alguien
que te recuerde bien

como ahora
que este brillo
te reunió en mis ojos
mientras pienso
honestamente
pienso
es lindo
haber perdido amor
con vos






Psykhé



de chico decía para mí
por qué será
que a donde vaya yo
se traslada la vida
también me preguntaba
qué era eso de despertarme
y sentir
algo que se despierta conmigo
como dentro de mí

sentía el alma
lo supe cuando el tío basilio
me enseñó la palabra
espíritu
y yo le pregunté qué era
y me dijo
es el alma hijo
todos la tenemos
y cómo es
como aire
dijo
como aire

entonces respiraba con miedo
cada vez que me daba cuenta
de que respiraba

tenés que tomar aire antes
de zambullirte
me decían
para tener más alma
pensaba yo
y era lindo andar
por debajo del agua
con un alma
más grande




Franco Rivero (Corrientes, 1981)

Fuente: "Disminuya velocidad", Franco Rivero, Ediciones Deacá, 2018.


3 POEMAS MÁS DE DIEGO ROEL




TERRITORIO


Este suelo no es de oro:
estamos obligados a escalar el abismo.

Dijiste:
sólo manos verdaderas escriben poemas verdaderos.

El oficio exige absoluta precisión,
manos curtidas por el roce de las cosas,
una mirada que penetre
la niebla del día y de la noche.

Sí, es necesario un cuerpo que se prolongue hasta tocar 
aquella línea en perpetuo movimiento
donde los otros cuerpos se deshacen.

El oficio exige absoluta precisión.






ANÁBASIS

A Jotaele Andrade


Soledad, otra vez
estás arriba y abajo, delante de mi cuerpo,
en el centro exacto de mi sangre.

Escucha la música que viene del pasado:
la bala se abrió como una flor en mi cabeza,
la bala hizo tres nidos en mi frente.

Me quebraron los ojos y los huesos.

Ya la órbita del sueño vierte el veneno
en toda palabra, en toda forma.
Ya la reja del lenguaje hunde su cuña,
clausura las vías del aliento.

Soledad, otra vez
estás arriba y abajo.

Escucha la música que viene del pasado.

Recuerda:
la corriente que enlazó a dos almas
vence a la muerte y permanece.





CADALSO



Y a pesar de todo
seguí la estela,
busqué la huella donde el milagro
inicia siempre su carrera.

Solté las armas.

¿Me oyes?

Yo puse mis huesos delante del espejo

Solté las armas.



Diego Roel (Témperley, 1980)

Fuente: "Shibólet", Diego Roel, Griselda García Editora, 2018.


4 POEMAS MÁS DE CARLOS ENRIQUE CARTOLANO





48.


la palabra ya estaba aquí/ del custodio interior
su forma/ estrellados las brasas renacido
honor sobre la lengua/ aún los dientes también
tu lectura/ materia activa arcilla en pie: el amor



225.

escribo bajo el mundo por otra luz tras el manto/ por nuevo día
de amor tiendo el cuerpo entre las sábanas/ por el sol de noche ojos
tersos en la piel manos que desplieguen y territorios bajo bandera
por nombrar encantos/ vine a devolverte la alegría/ reí por eso



288.

cedo al dibujo: un plano de itinerario/ las estaciones/ mi colección
de piedras tabas pieles cabellos/ esto que barro lo trae el mar
tejidos muertos y en alto un jardín de brotes: granas/ simiente el verso
libertario/ muda su nombre cada mañana/ aquí triunfa el artificio



480.

viajo chispa al viento/ me acuna supérstite un cosmos tras el estallido/ sé
de mí por dichos y mirada/ esta última persiste parpadea guiños/ sostiene
su fruto un volumen de palabras/ de ellas memorizo una línea que juzgué
feliz en otro tiempo/ si arde todavía quizá me redima la piedad de tu lector



Carlos Enrique Cartolano (Buenos Aires, 1947)

Fuente: "Cuadratura del horizonte -520 borradores y una porción vital-", Carlos Enrique Cartolano, Editorial Lágrimas de Cirse, 2017.



6 POEMAS DE ALEJANDRA CORREA






II


En japón
los niños fingimos infancia

un largo acto escolar
para quienes nos piden
que juguemos en la ladera
de la montaña nevada
donde los perros nos acechan
con sus ojos de muerto

¡jueguen¡ - ordenan
¡canten sus canciones¡

quieren que soñemos
una ciudad de huesos
entre los cuerpos podridos
de una enorme fosa




IV


Soy como tantas
mujercitas de este mundo

un vigoroso duraznero
de jardín

enormes y bellos frutos
penden de mis brazos

y mis raíces
muriéndose



del libro "Los niños de Japón"





Sostiene mi mano derecha
en su mano derecha
la contiene en el hueco
y aprieta mi puño en su puño

pulgar e índice apuntalan esta pluma

Dibujamos unos signos antiguos

Me lleva desde fuera de mi trazo
él es mi trazo
él se aventura, yo lo sigo
pero ya no es a él
es al movimiento y su música
su mano apretando la mía
su movimiento en el mío

Mojamos juntos la pluma en el tintero mínimo
)el olor agrio de la tinta negra
en mi pequeña nariz)

Volvemos el trazo interrumpido
se elevan nuestras manos
se acortan
se ciñen
se controlan

Dibujamos el idioma

Respira tan cerca
su profunda voz emite algún sonido
como dictando:
más corto, más largo, más reunido

Y entonces me dice:

-Ahora, vos sola

y me abre en un abismo




Tumba que te tumba


Tuve miedo de tu frío
de que tu frío se adueñara demí
como un bloque de hielo
atado a mi espalda

en las noches
llorabas en mí de frío
y pensé en abrigarte
con una frazada de ribetes azules

supe mucho más tarde
(demasiado tarde)
que Anaïs quiso hacer lo mismo
con su muerto
(¿una solución literaria?)

en que entonces
el frío
voy y yo
éramos los únicos
en este mundo de locos




de "Cuadernos de caligrafía"



II


Yo no sé 
si habrá belleza
en un mundo que olvida
su cuerpo de aire




III



¿No será él la persona
y yo el pájaro?



de "Maneras de ver morir a un pájaro"



Alejandra Correa (Uruguay, 1965. Reside en Buenos Aires.)

Fuente: "Los niños de Japón", Alejandra Correa, Ediciones Recovecos, 2010.
             "Cuadernos de caligrafía", Alejandra Correa, Ediciones Recovecos, 2009.
             "Maneras de ver morir a un pájaro", Alejandra Correa, La Gran Nilson, 2015.



2 POEMAS MÁS DE INÉS LEGARRETA






XV


Quizás el gato
antes de ser tocado
y la mujer antes de ser vista
decidieron
huir
voy y yo hicimos lo mismo
hace tanto tiempo
que estaba perdido en la memoria
pero hoy
una ráfaga en el desayuno
nos recordó:
hubiese sido encantador seguir huyendo.




VIII


Cada vez que me alejo más y más
de todo
lo que me parecía interesante/ excitante/ necesario
hasta imprescindible
para vivir.
Volver
es un trabajo que no sé si quiero hacer.
¿Así de simple será la muerte?
¿Será la muerte?



Inés Legarreta (Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires)

Fuente: "El jardín desconocido", Inés Legarreta, Ediciones En Danza, 2018.


viernes, 27 de julio de 2018

1 POEMA DE CAROLINA ZAMUDIO




La vecina




La escoba ponía detrás de la puerta. Recelosa. Que las visitas se fueran pronto. Devota, no fuera cosa que llegara a cumplirse. No barría de noche ni se cortaba las uñas. Iguales motivos. Puntillosa y puntual, no fuera que se muriera la madre, ave maría, el esposo. La madre empezó a irse, de a poco, entre recuerdos de su propia madre, la abuela, con tabaco negro armado al sol y miel de caña. Y detrás, al fondo, la brisa seca y sanadora de eucaliptos. Escoba en mano, la hija volvía, unto atrás, a oír el cuento. Para el esposo no hubo espera. Se fue de medianoche, sin que ella pudiera despertarlo. Solo un último pedido, con una bolsita de seda llena de hojas redondas entre la alianza y el rosario: no quieras morirte hoy, no de noche. Espera a que yo lo sepa mañana Nadie la vio volver a salir. Cauta, machaca los cogollos de la planta en un mortero, prepara un ungüento y se unta con él al sol. Desde la medianera de alambres llega siempre el fresco de eucalipto que hierve de día y, más tarde, quema en el hogar. De noche, la fragancia sube por el hueco de la chimenea. La mujer no sabe. Desesperados, leemos en el humo sus nuevas ceremonias. Sobre todas sus señales en el hacemos correr la voz.


Carolina Zamudio (Argentina, 1973)



Fuente: "La timidez de los árboles", Carolina Zamudio, Hilo de plata editora, 2018.





miércoles, 11 de julio de 2018

2 POEMAS DE JACQUELINE GOLDBERG




HOY TENGO QUE HACER MUCHAS COSAS/ HAY QUE MATAR LA MEMORIA/HAY QUE PETRIFICAR EL ALMA/ HAY QUE APRENDER DE NUEVO A VIVIR (ANA AJMÁTOVA)



EL CERDO Y EL TSUNAMI (2004)


Toda escritura exige calentamiento de nudillos.
También de mandíbula.

                                                                                   (Suena el Réquiem en D Menor de Mozart,
                                                                                                  dirigido por Herbert Von Karajan)



Así vuelve aquel año.

La llamada anuncia un corazón hecho trizas,
mi padre en un hospital de ultramar.
Su válvula mitral exigiendo mutar tejido de cerdo
por sangre de mi sangre.

Subí a un tempranero avión
el día en que mi hijo cumplía cinco años.
Lo dejé.
Me dejé en su rostro ignorante de lo demás.

Sólo cuando sucedieron las explicaciones,
los modos del pronósticos y el miedo,
me sepulté frente al televisor.

Otros corazones habían sido arrasados.
Un sismo de magnitud 9.1
ocurrió a las 00:58 UTC en el Océano Ïndico,
con epicentro en la costa oeste de Sumatra.

El terremoto fue nada.
Los ahogos fueron nada.

Pronto atacó una jauría de tsunamis
en las costas de catorce países:
los más sufridos, Indonesia, Malasia,
Sri Lanka, India y Tailandia.

Se habla de 229,866 pérdidas humanas,
entre ellas 186,983 muertos
y 42, 883 desaparecidos.

Las estadísticas no mencionan
posibles fallecidos en la primorosa Birmania.

Era entonces uno de los nueve desastres naturales
más mortales de la historia moderna.

El peor deslave familiar ocurría sin espumas,
en la mínima ensenada
de una sala de cuidados intensivos.

Discutíamos acerca de estruendos
y horas de cirugía.

Sobre mi padre pendía un pulpo.

Era la imprudencia de un año casi ido,
la de otro que sería peor.

Mientras escribo (26 de diciembre de 2014)
miles de personas en toda Asia
recuerdan con plegarias, ofrendas y discursos
una magnífica pared de agua.

"Había cristal, metal, trozos de madera,
ladrillos, era como estar en una lavadora llena de clavos",
explicó a la AFP Andy Chaggar,
superviviente británico.
A su novia se la llevó el tsunami
de un bungaló de la playa de Khao Lak.

Nosotros, sin cuido de mareas,
celebramos otro año de milagros,
el cerdo que se hizo corazón de mi padre.







CADA SUICIDIO ES UN SUBLIME POEMA DE MELANCOLÍA (HONORÉ DE BALZAC)



EL MÁS HERMOSO SUICIDIO (1947)




Evelyn McHale habría sido una joven más
-californiana, huidiza-,
pero subió al mirador del Empire State Building
la mañana del primero de mayo de 1947.
Y se convirtió en la suicida más bella del mundo.

El vuelo pudo haberla destrozado:
son normales fracturas en huesos de piernas
y columna vertebral,
severos traumatismos de pelvis.

El viaje de ochenta y seis pisos,
a una velocidad terminal de doscientos kilómetros por hora,
suele reventar la aorta y las cámaras del corazón,
hundir todo precioso cráneo.

El golpe seco deja en el cadáver muecas de dolor.

(Sólo se lanza desde un edificio
quien está irrevocablemente determinado a morir.)

Pero el cadáver de Evelyn sería pulcro,
con una pierna sobre otra,
la mano jugando con su collar,
el rostro plácido, la boca anhelante.
Como posado por un ángel sobre la carrocería maltrecha.

Robert Wiles escuchó el estallido,
corrió y fotografió a la difunta.
La imagen fue publicada
ese mismo mayo en la revista Life,
con el título El suicidio más hermoso.

Evelyn llevaba consigo una nota
con instrucciones para su funeral y el desamor:
"Él es mucho mejor sin mí (...)
yo no sería una buena esposa para nadie".

Se sabe:
hay bellas despedidas,
horrendas primaveras,
bellos cadáveres,
bellas catástrofes.



Jacqueline Goldberg (Venezuela, 1966)

Fuente: "Las bellas catástrofes -poesía documental-", Jacqueline Goldberg, Editorial El Estilete, 2018.


viernes, 6 de julio de 2018

1 POEMA DE SANTIAGO ACOSTA





Imagina un asno grande



1.

                        Hermano, por favor,
imagina un asno grande, deslumbrado por un suelo sagrado.
Un asno de oro, al trote,
acercándose a comer de nuestra mano un sueño dulce
—parecido a un pequeño tubérculo amarillo—
que cruje sonoramente al fondo de su mandíbula.

Imagínalo. Piensa que lo tienes a la distancia de un brazo.

                        ¿Por qué quieres volver a tu tierra santa, asno?
¿A qué le temes?, ¿a quién? No huyas.
En esa isla estarás solo. Allá
nunca ha ocurrido nada, solo el horror y el vacío.

Es miedo, asno cabrón, es puro miedo.

De este lado, en cambio, sí ocurren cosas.
Hay estelas de fuego cruzando el cielo nocturno,
iluminando los grandes anuncios de vodka
que cubren las fachadas de los edificios. En esos anuncios
estoy yo y estás tú.

Aquí sí pasan cosas, burro. Bebemos y bebemos
el negro ron de la madrugada. Nos ponemos eléctricos,
insultamos a la muerte. La muerte es
un maestro de Delaware, su ojo es verde.
Y nosotros bebemos y bebemos el negro ron del amanecer.

            Demasiadas veces hemos comenzado desde cero,
dejando todo atrás, tranquilamente.

Es miedo, asno-cabra. ¿Regresar a esa isla desierta?, ¿para qué?
No te engañes: el futuro nunca fue más que un paso en falso.
Ya lo sabíamos.

            Te lo aseguro: de este lado la nostalgia es imposible,
porque aquí hemos abandonado ya toda esperanza,
y la nostalgia —se sabe— es la hija deforme de la esperanza.

Quédate, asno. Las cosas pasan por algo. La vida
pasa por algo.

Vamos a caminar, vamos a beber.
Dentro de unos meses nos reiremos de todo esto.

Cómo nos vamos a reír de todo esto.


2.

                        Después de todo aquí seguimos, Hermano,
tomando un poco de ron en esta playa gris.
Ya se han ido los turistas y solo queda el rumor
de la autopista cercana, el graznido hambriento de los cuervos
y la luz anaranjada de los restaurantes
cayendo suavemente sobre las aceras.

Esto es, así vivimos.

De vez en cuando, si logramos reunir algo de dinero,
escapamos de la ciudad por un fin de semana
en busca de desfiladeros amplios y desolados,
parecidos a fondos de pantalla que cobraran vida a nuestro paso.

                        Carreteras llenas de hordas nómadas
haciendo escándalo por los caminos.

                                   Despertamos tarde, recordando apenas
tres tazas del bourbon más barato de Kentucky
y un nombre de mujer que nos pareció vagamente azteca.

Monterey huele a pescado muerto
y la única librería de Half Moon Bay está abarrotada de
manuales de jardinería, novelas de Danielle Steel
y libros sobre Half Moon Bay.

No hay revelaciones, no hay arbustos quemándose
ante nosotros en estos viejos hoteles
llenos de viajeros solitarios que meditan a la orilla de los ríos
y de estudiantes pobres que pagan con cupones de descuento
y se roban los libros que adornan las estanterías.

Está bien, al menos ya nada es como antes.

                        De jóvenes perdíamos el tiempo como bestias.
Pensábamos demasiado, nos hundíamos en el pantano de las palabras
para salir apestados de incertidumbre,
una y otra vez, incansablemente.

                        ¿Cómo soportábamos tanto ruido?
Siempre atrapados en peleas, siempre
rebuznando en las calles.

                        Mira todos esos asnos grises, corpulentos.
Con qué seriedad han invadido el desierto de la península.

Se atraviesan en el camino con una elegancia indiferente, de asnos.
Relucientes, gordos, tristes.

De vez en cuando se ve uno derrumbado al borde de la carretera,
con la barriga abierta, las tripas expuestas al sol.


3.

¿Quién podrá decir si están bien los sueños que comemos?

¿De quién es la mano que nos los acerca a la boca?

¿Alguien podría decirlo?


4.

Solo en el recuerdo es tolerable la patria
o si la vemos desde lejos, como a través
de un pesado vidrio que salvaguarde la distancia.
                                   Solo entonces se hace legible
y toma cuerpo en forma de pequeños rectángulos
transportables como tarjetas postales
o pequeños souvenirs de aeropuerto.

¿Qué es, finalmente, lo que dejamos atrás?
¿De qué nos salvamos?
¿Cuáles eran las palabras que nunca debíamos olvidar?

Los años, ya lo ven, nos han enseñado poco.

Hasta ahora solo hemos aprendido a callarnos cada vez más,
rumiando muy hacia dentro unas pocas certezas:

El cielo, por fin, nos ha olvidado.

La saciedad nos separa, el hambre nos une.

La verdad podrá salvarnos pero jamás nos hará libres.

No vivimos de una tierra sino de su deseo,
no queremos un territorio sino su alucinación.


5.

¿Dónde estás, asno grande, asno cabrón?

¿Adónde te fuiste,
asno trasegado, asno-túnel, asno-pixel?

¿Desde qué lugar nos observas?
¿Con qué ciudades sueñas ahora?

Ven acá, burro, ven por tu ramita de pasto mugriento,
toma tu pedacito de yuca podrida,
tu cubito de ocumo crudo.
Vamos a dormir, vamos a llorar un poco.

Todo lo que queremos, eso no llegará nunca.

Así recordaremos estos años:
carreteras sin nombre atravesando un desierto lujurioso,
                        y bares llenos de gente, cantidades industriales de gente.
Ángeles insolentes, trágicos, desmayándose sobre los urinarios,
bañándose en las calles inundadas,
mendigando unas monedas a las puertas de las universidades,
celebrando por igual la gloria y el desaliento.
                  



Santiago Acosta

Fuente: "Cuaderno de otra parte", Santiago Acosta, Libros del fuego, 2018. Gentileza del envío: Marlo Ovalles.




1 POEMA MÁS DE CRISTINA GUTIÉRREZ LEAL






Sé del mar reventando contra un muro
cómo me asusta cuando levanta demasiado su oleaje
cuando enfría sus aguas y es imposible.
Sé de gente buena acodada en puentes
contemplo sus miradas cristalinas y la mía se envidria
me siguen enfermando mis ojos litorales
                                                mis costas.

He visto desde un balcón
un río que divide tres países
abrí muchas veces mi puerta para saludar
desconocidos
ya estiré una nueva lengua
ya me senté lo más al norte posible
ya estuve en la última calle de un país
ya fui todo lo insular que pude
ya he puesto toda mi fe en un viaje
ya he querido volver y abrazar
corro tras un nuevo paisaje que se alborote en mis ojos
vivo huyendo de este lugar que soy
pero el desarraigo no me cura

no me cura.




Cristina Gutiérrez Leal (Venezuela, 1988)

Fuente: "Concurso nacional de poesía joven Rafael Cadenas 2017" Team Poetero Ediciones. 2017. Gentileza de Marlo Ovalles.