jueves, 23 de noviembre de 2017

2 POEMAS MÁS DE RITA GONZÁLEZ HESAYNES







los caminos del bosque



Todos nosotros conocemos
un camino como este en el bosque.
En la tierra húmeda, las flores.
En la senda, los pies que esperan
revelaciones de la senda.
Zumba insidioso el tábano,
crujen las hojas bajo el viento y la liebre
y este camino es todos los caminos.
El amante y el héroe
duermen a su costado,
la hechicera lo cubre de prodigios,
los turistas registran cada fibra de hierba,
cada lagarto al sol como un milagro
preso en la remota geografía del sueño.


Tantas veces recorrimos paisajes similares.
La vista no deja de tropezarse con los astros
nunca.
Los astros no dejan de parecerse al deseo
nunca.
Por los ríos de sangre y en la sangre del río
corre la savia de una hoja naciente
en la guirnalda de los universos.
Para los dioses esta es la eterna primavera
y el absoluto invierno
pero aquí, entre los hombres,
en los tristes y extraordinarios parajes de los hombres,
en las inocentes y estúpidas escenas de los hombres,
no hay danza que no obtenga su corona en el silencio.
Tan aterrador es el silencio,
tan resplandeciente,
tan sacro. En verdad el camino es silencioso.
A su sombra desfilan la rata y la serpiente,
la princesa, el bandido, el comerciante,
hasta perderse en la espesura
bajo el nombre de rocas, pájaros, maleza.

Así se atraviesa el bosque
el corazón del bosque y se contempla.




llueven flores


En la gran existencia
llueven flores,
y las manos son flores,
y los hombres y los ásperos frutos del trabajo,
las noches del amor y la tormenta,
la breve convulsión del mundo y sus horrores
florecen
para el ojo del lince o el gusano
que aguarda su alimento.

Nadie lo dude:
la existencia completa
se parece a esa calle imperturbable
donde vi cien mil flores derramarse,
celestes y amarillas y rosadas,
y bailé y llené el aire de besos y de risas
porque ahí estaba todo tendido para mí,
el banquete crucial de los vivientes,
y me acuciaba el hambre
de la flor arquetípica
que alguna vez arqueó los primeros estambres
sobre el primer pistilo.

Vi llover las flores esa tarde
y comprendí los juegos del deseo,
los ciegos carnavales de la vida.

Entonces caminaba con un ángel
ceñido a mis espaldas,
del cual yo era la sombra
y el peso de las alas,
y otro a mi lado
que me tenía asida de los cielos
y que yo no soltaba.



Rita González Hesaynes (Azul, 1984)

Fuente: "En la gran existencia", Rita González Hesaynes, Añosluz, 2017.

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