viernes, 6 de julio de 2018

1 POEMA DE SANTIAGO ACOSTA





Imagina un asno grande



1.

                        Hermano, por favor,
imagina un asno grande, deslumbrado por un suelo sagrado.
Un asno de oro, al trote,
acercándose a comer de nuestra mano un sueño dulce
—parecido a un pequeño tubérculo amarillo—
que cruje sonoramente al fondo de su mandíbula.

Imagínalo. Piensa que lo tienes a la distancia de un brazo.

                        ¿Por qué quieres volver a tu tierra santa, asno?
¿A qué le temes?, ¿a quién? No huyas.
En esa isla estarás solo. Allá
nunca ha ocurrido nada, solo el horror y el vacío.

Es miedo, asno cabrón, es puro miedo.

De este lado, en cambio, sí ocurren cosas.
Hay estelas de fuego cruzando el cielo nocturno,
iluminando los grandes anuncios de vodka
que cubren las fachadas de los edificios. En esos anuncios
estoy yo y estás tú.

Aquí sí pasan cosas, burro. Bebemos y bebemos
el negro ron de la madrugada. Nos ponemos eléctricos,
insultamos a la muerte. La muerte es
un maestro de Delaware, su ojo es verde.
Y nosotros bebemos y bebemos el negro ron del amanecer.

            Demasiadas veces hemos comenzado desde cero,
dejando todo atrás, tranquilamente.

Es miedo, asno-cabra. ¿Regresar a esa isla desierta?, ¿para qué?
No te engañes: el futuro nunca fue más que un paso en falso.
Ya lo sabíamos.

            Te lo aseguro: de este lado la nostalgia es imposible,
porque aquí hemos abandonado ya toda esperanza,
y la nostalgia —se sabe— es la hija deforme de la esperanza.

Quédate, asno. Las cosas pasan por algo. La vida
pasa por algo.

Vamos a caminar, vamos a beber.
Dentro de unos meses nos reiremos de todo esto.

Cómo nos vamos a reír de todo esto.


2.

                        Después de todo aquí seguimos, Hermano,
tomando un poco de ron en esta playa gris.
Ya se han ido los turistas y solo queda el rumor
de la autopista cercana, el graznido hambriento de los cuervos
y la luz anaranjada de los restaurantes
cayendo suavemente sobre las aceras.

Esto es, así vivimos.

De vez en cuando, si logramos reunir algo de dinero,
escapamos de la ciudad por un fin de semana
en busca de desfiladeros amplios y desolados,
parecidos a fondos de pantalla que cobraran vida a nuestro paso.

                        Carreteras llenas de hordas nómadas
haciendo escándalo por los caminos.

                                   Despertamos tarde, recordando apenas
tres tazas del bourbon más barato de Kentucky
y un nombre de mujer que nos pareció vagamente azteca.

Monterey huele a pescado muerto
y la única librería de Half Moon Bay está abarrotada de
manuales de jardinería, novelas de Danielle Steel
y libros sobre Half Moon Bay.

No hay revelaciones, no hay arbustos quemándose
ante nosotros en estos viejos hoteles
llenos de viajeros solitarios que meditan a la orilla de los ríos
y de estudiantes pobres que pagan con cupones de descuento
y se roban los libros que adornan las estanterías.

Está bien, al menos ya nada es como antes.

                        De jóvenes perdíamos el tiempo como bestias.
Pensábamos demasiado, nos hundíamos en el pantano de las palabras
para salir apestados de incertidumbre,
una y otra vez, incansablemente.

                        ¿Cómo soportábamos tanto ruido?
Siempre atrapados en peleas, siempre
rebuznando en las calles.

                        Mira todos esos asnos grises, corpulentos.
Con qué seriedad han invadido el desierto de la península.

Se atraviesan en el camino con una elegancia indiferente, de asnos.
Relucientes, gordos, tristes.

De vez en cuando se ve uno derrumbado al borde de la carretera,
con la barriga abierta, las tripas expuestas al sol.


3.

¿Quién podrá decir si están bien los sueños que comemos?

¿De quién es la mano que nos los acerca a la boca?

¿Alguien podría decirlo?


4.

Solo en el recuerdo es tolerable la patria
o si la vemos desde lejos, como a través
de un pesado vidrio que salvaguarde la distancia.
                                   Solo entonces se hace legible
y toma cuerpo en forma de pequeños rectángulos
transportables como tarjetas postales
o pequeños souvenirs de aeropuerto.

¿Qué es, finalmente, lo que dejamos atrás?
¿De qué nos salvamos?
¿Cuáles eran las palabras que nunca debíamos olvidar?

Los años, ya lo ven, nos han enseñado poco.

Hasta ahora solo hemos aprendido a callarnos cada vez más,
rumiando muy hacia dentro unas pocas certezas:

El cielo, por fin, nos ha olvidado.

La saciedad nos separa, el hambre nos une.

La verdad podrá salvarnos pero jamás nos hará libres.

No vivimos de una tierra sino de su deseo,
no queremos un territorio sino su alucinación.


5.

¿Dónde estás, asno grande, asno cabrón?

¿Adónde te fuiste,
asno trasegado, asno-túnel, asno-pixel?

¿Desde qué lugar nos observas?
¿Con qué ciudades sueñas ahora?

Ven acá, burro, ven por tu ramita de pasto mugriento,
toma tu pedacito de yuca podrida,
tu cubito de ocumo crudo.
Vamos a dormir, vamos a llorar un poco.

Todo lo que queremos, eso no llegará nunca.

Así recordaremos estos años:
carreteras sin nombre atravesando un desierto lujurioso,
                        y bares llenos de gente, cantidades industriales de gente.
Ángeles insolentes, trágicos, desmayándose sobre los urinarios,
bañándose en las calles inundadas,
mendigando unas monedas a las puertas de las universidades,
celebrando por igual la gloria y el desaliento.
                  



Santiago Acosta

Fuente: "Cuaderno de otra parte", Santiago Acosta, Libros del fuego, 2018. Gentileza del envío: Marlo Ovalles.




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