lunes, 10 de octubre de 2016

5 POEMAS DE CARINA SEDEVICH


Enciendo la lámpara de sal de la montaña
junto a mi cama.
Me suelto el pelo
recordando las canas invisibles.
Me acuesto entre las sábanas de hilo
con la bata dorada de la China.
Debajo mi piel blanca no desea
ni en sus botones rosados
ni en sus lunares pálidos.
Sobre la almohada se escuchan mis anillos
porque está fresco, quizás,
y se afinaron mis dedos.
El oro, la plata, la amatista.
Afuera la noche se ha espesado
porque terminó la luna llena.
Empieza el mes que precede al invierno.
Qué ligera que soy sin tus deseos.
Qué dulce corre el alma
en mi esqueleto.
Qué cierta es esta cara y estos flancos
qué ciertos que son,
qué delicados.
Me admira mi gata, blanca y parda,
y yo la admiro a ella en su silencio.
Hasta el perfume rojo de las flores
tengo.
Qué ligera que soy sin mis deseos.




Amor


De una materia turbia y demorada
son los días.
La ternura es posible
y la tristeza
un pan administrado con justicia.



Unas láminas de sarro se desprenden
y golpean las paredes de mi jarra.
Pienso en brillantes filamentos de mica
ocultos en la arena de los ríos.
Pienso en las mangas mojadas
que los poetas chinos
prefieren nombrar para no hablar
de sus lágrimas.




Mi hijo llama por la madrugada desde Gibraltar
donde hay mucha bruma sobre el mar, me dice.
Aquí se escuchan los teros sobre el campo.
El eco de la bomba de mi corazón
podría percibirse con las manos.
Quizás como una soga áspera y mojada
bajando la roldana de un aljibe.
¿Es posible el frío que sube desde el agua?
Tal vez el frío, hijo, nos perviva.



El olvido es un fruto que requiere trabajo.
Casi siempre tardío, pero rara vez dulce.
No es uva ni es la parra donde pende el racimo.
No es como la sombra que daría la parra
ni como sus raíces contraídas y bruscas.
Se parece a la piedra del cantero y la fuente
que apisona la parra, que la ordena y la ciñe.


Carina Sedevich (Santa Fe, Argentina, 1972)

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